Todas las sociedades se consolidan a partir de lo que cada una construye en su devenir histórico. La diversidad cultural que la conforma con base en interacciones (contradictorias o no), es la que permite generar un sentido de identidad y pertenencia. En la medida que se desarrollan éstas interacciones se promueve un estilo de vida, pautas de comportamiento, valores que rigen la dinámica de las mismas.
El concepto de valor abarca contenidos y significados diferentes y ha sido abordado desde diversas perspectivas y teorías. El valor se refiere a una excelencia o a una perfección. Por ejemplo, se considera un valor decir la verdad y ser honesto; ser sincero en vez de ser falso; es más valioso trabajar que robar. La práctica del valor desarrolla la humanidad de la persona, mientras que el contravalor lo despoja de esa cualidad (Vásquez, 1999, p. 3). Desde un punto de vista socio-educativo, los valores son considerados referentes, pautas o abstracciones que orientan el comportamiento humano hacia la transformación social y la realización de la persona. Son guías que otorgan determinada orientación a la conducta y a la vida de cada individuo y de cada grupo social.
Todo valor supone la existencia de una cosa o persona que lo posee y de un sujeto que lo aprecia o descubre, pero no es ni lo uno ni lo otro. Los valores no tienen existencia real sino adheridos a los objetos que lo sostienen. Antes son meras posibilidades. [1]
Los valores son criterios o juicios que están presentes en la sociedad y que orientan las normas, actitudes, opiniones y conductas de las personas. Los valores no son directamente observables, pero se manifiestan a través de la conducta de cada persona, que con base a sus contextos y trayectoria expresan pautas de comportamiento a través de los estilos de vida.
Considero que los valores están depositados en las habilidades y actitudes de los actores de cada sociedad. Las actitudes son tendencias a disposiciones adquiridas que predisponen a personas de un modo determinado a un objeto, sujeto, suceso o situación y actúa concientemente a ello. Una de éstas es la opinión, establecida como la manifestación pública, por lo general verbalizada, de un sentimiento o creencia. Expresa un valor a una actitud. Las habilidades son el esfuerzo en acciones que contribuyan a consolidar las normas familiares y sociales. Este último es gradual y en donde influyen diversos factores y agentes.
Una sociedad no debe escolarizar la enseñanza de los valores si éstos no fueron modelados, vivenciados y luego moldeados por la generación de adultos que forma y guía a quienes están en el proceso de inserción social. Los valores entonces, no deben estar sujetos a definiciones memorísticas y mecánicas. Es fundamental que sean introyectados como una forma de apropiación para la vida, deben incidir en las causas que lo provocan. La tarea de educar y, con ello, la de educar en los valores, no queda circunscrita al ámbito escolar. Familia y sociedad son espacios fuertemente comprometidos en esta responsabilidad.
Los valores no existen sin el hombre, que con ellos está en disposición de dar significado a la propia existencia. El centro o el "lugar" de los valores es el hombre concreto que existe con los demás en el mundo para realizar su propia existencia. Las cosas adquieren valor en la medida en que se insertan en este proceso de humanización del hombre.
La perspectiva que se abre a partir de aquí es inmensa: actuar humanamente no supone sólo llegar a juzgar que un valor es apreciado; supone también ponerse al servicio de ese valor promoviéndolo “para mí y para los demás” por medio de gestos concretos y eficaces, dándole así al mismo tiempo un sentido a la vida y haciendo propio este sentido.
Toda la acción educadora se encamina a provocar un proceso que viene marcado por acciones tales como optar, preferir y adherirse a un sistema de valores. La libertad —la educación de la libertad— constituye el hilo conductor.
La educación valoral, por su impacto moral en la psiqué de los sujetos es un acto volitivo, quienes con base en las imágenes representativas en la inmediatez de su vida, les permite discernir y elegir cuál actitud asumir ante cada una de las circunstancias de la cotidianidad. Se trata, a fin de cuentas, de enseñar a las personas a tomar decisiones certeras que fortalezcan su desarrollo. Que las ayuden a ser mejores sujetos.
La educación valoral es un proceso vivencial que incluso, los padres eligen antes de que los hijos nazcan. Porque si éstas figuras básicas viven en el desacuerdo y la polarización de sus concepciones sobre lo bueno y lo malo, los hijos crecerán con una visión confusa y maniquea de los valores y normas de conducta necesarios para su desarrollo, transformación personal y social. Un modelaje diáfano y congruente permitirá que los sujetos crezcan en un clima de seguridad y credibilidad que devienen de la sinceridad y pertinencia en la expresión de actitudes valorales.
La diversidad de crisis que en nuestra sociedad se representan en la actualidad la transforman desde su interior, y es influida por los avatares de las situaciones externas: políticas, económicas, educativas, culturales, entre otras, para ejercer presión y para que las instituciones (incluyendo la familia) se renueven y adapten a las exigencias; por ejemplo, la globalización y tecnologización que plantea el mundo moderno. Es decir, reorientar y rescribir; reconstruir una escala de valores y una normatividad que facilite la creación; la asunción de un nuevo tipo de sujeto, familia, institución, sociedad. Nada fácil, porque la verdadera transformación estribará no sólo en la voluntad política de los gobernantes, sino en la honestidad y puntualidad para ejecutar y cumplir las exigencias y carencias que aquejan nuestro país.
Quienes lideran la enseñanza de valores intra y extrafamiliares no se desempeñan desde una postura de salud mental, o sea, que sean coherentes, congruentes y pertinentes. Tampoco debemos culpar a alguien por no asumir su responsabilidad en el momento oportuno. La enseñanza de valores es un proceso complejo que debe ser continuo y laxo en la medida que los seres humanos se transforman. Pedir que alguien sea respetuoso y honesto en un mundo corrupto e inequitativo estaría fuera de lugar, sería absurdo.
Por tanto, la educación valoral debe ser un ámbito de reflexión en la dialogicidad. Esta debe coadyuvar a:
Identificar críticamente los aspectos injustos de la realidad cotidiana y de las normas sociales vigentes. Replantear ajustes participativamente tanto en el ámbito interpersonal como colectivo.
Construir una forma de vida más sana y justa con base en la elaboración autónoma, racional, dialógica, volitiva de los principios específicos de valor que permitan enjuiciar y robustecer la realidad.
Practicar de manera constante y congruente los principios y normas introyectados. Irradiarlos, replicarlos en la familia, el grupo de pares y la sociedad.
Que el planteamiento de valores sea transparente, conciso, democrático, puntual, para que permita dirigirnos hacia la búsqueda de la justicia y el bienestar colectivos.
Si la esencia en la enseñanza de los valores recae en la familia, ésta no es la única responsable. Corresponde también a la escuela, la iglesia, las instancias políticas, entre otras, realizar acciones integrales que confluyan hacia la edificación de un sujeto y sociedad acorde con nuestras expectativas y requerimientos.
En muchas de las ocasiones se sostiene que la sociedad atraviesa por una crisis de valores, lo cual se toma como sinónimo de que estos no existen o están desapareciendo, lo que no es verdad: los valores persisten, pero son diferentes a los tradicionales y en su mayoría entran en pugna con lo establecido.
Los valores cumplen varias funciones, ya que son principios de estándares y principios sedimentados en la psicología individual que determinan de alguna manera lo que pensamos sobre determinados temas y cuestiones sociales, la actitud de las personas hacia una u otra ideología o religión; las relaciones que sostenemos con otros individuos y en general, con nuestro medio; así como los juicios que hacemos acerca de los demás, la sociedad y la autoridad.
La Cultura Cívica es el proceso a través del cual se promueve el conocimiento y la comprensión del conjunto de normas que regulan la vida social, y la formación de valores y actitudes que permiten al individuo integrarse a la sociedad y participar en su mejoramiento. Es base medular para el desarrollo de las sociedades democráticas y modernas.
En cualquier civilización encontramos que las conductas están reguladas por normas que indican cuál es el comportamiento esperado de los individuos ante la sociedad. Estas normas pueden ser convencionales (derivadas de la tradición), o jurídicas (cuando están formadas legalmente). Ambas pretenden regular la convivencia, solo que sobre las convencionales operan a nivel de comportamiento cotidiano, de protocolo social; las normas legales determinan comportamientos aceptados y negados bajo distintas amenazas de coerción en caso de incumplimiento.
Los valores cívicos son los que subyacen tras las conductas convencionales y no convencionales que facilitan la correcta relación en el ámbito de la vida interpersonal, ciudadana y social. Se exigen a cada persona, pero están en relación con los demás.
La globalización económica, el poder desorbitado de los medios de comunicación y el ritmo acelerado de la modernidad han orillado a que los valores cívicos se vean deteriorados. La falta del ordenamiento en diversas sociedades ha contribuido a la pérdida del respeto a símbolos patrios y peor aún, a la figura paternal como eje central del núcleo familiar. El vacío que provoca la falta de inculcación de valores entre los jóvenes ha generado que adopten al ego, el poder y el placer como nuevos valores.
La identidad puede estar basada en distintos valores: un supuesto origen común de los habitantes de un territorio, ciertas tradiciones culturales comunes como la lengua, vestimenta, comida; una historia común, el reconocimiento de la legitimidad de la autoridad de un Estado, o una mezcla de todas.
Cualquiera que sea la fuente de la identidad, ésta y la democracia no se presuponen. No solamente los valores constitutivos de la identidad de un pueblo pueden ser, en mayor o menor grado, no democráticos, sino que, precisamente por ello, pueden conspirar contra el funcionamiento de la democracia. Cuando una parte de la población cree que los demás son ciudadanos de segunda clase, o no lo son del todo, esta creencia puede atizar la desestabilización de un régimen democrático, ya que estas personas encontrarían justificado y hasta razonable evitar que los de segunda clase adquieran o ejerzan sus derechos. Lo contrario es cierto también. La democracia puede encontrar un gran aliado en la identidad si las y los ciudadanos profesan una cultura cívica cuyos elementos constitutivos son total o mayoritariamente consistentes con los valores democráticos. En este último caso las y los ciudadanos se reconocerían —y reconocerían a los demás— como parte de una unidad o comunidad basada en la reconciliación de los principios de la igualdad de derechos, la libertad, el civilismo, el pluralismo político y el respeto a los derechos y la dignidad de las personas no ciudadanas.
La cultura cívica es un tipo particular de cultura política, basado en la aceptación y adhesión de la autoridad política, la creencia en las posibilidades de influir las decisiones políticas y la confianza en los conciudadanos. De acuerdo con Putnam, esta cultura trae consigo un sentido de pertenencia de las personas a una comunidad de ciudadanos que, en el ejercicio de sus deberes y derechos, crean una esfera de asuntos públicos que todos reconocen como legítima (Putnam, 1993). Sin embargo, históricamente, la cultura cívica ha florecido en situaciones en las que no ha existido democracia. Cuando la cultura cívica está basada en valores democráticos y se articula con un sentimiento de identidad, las y los ciudadanos se reconocerían como la comunidad cívica.
En esta manera de entender la identidad, las y los chiapanecos formamos parte de una comunidad cívica en la que lo central es la igualdad de derechos, libertades y obligaciones, sin diferencias originadas por la pertenencia étnica, política o social. Se trata de una manera de entender la identidad en un sentido político que, hoy en día, incluye sentimientos de orgullo por los logros del desarrollo económico, social y político del estado en los últimos años.
Por lo anterior, es necesario que se atiendan valores imprescindibles que hagan de nuestra sociedad una posibilidad de desarrollo y crecimiento armónico y que cumpla con las expectativas del pueblo de Chiapas.
El ser humano debe ser una persona dispuesta a la búsqueda de la verdad que adopta una actitud de duda para salir de las seguridades que da la sociedad con sus reglas establecidas y sus relaciones definidas. Dudar es alejarse de la certidumbre creada para ubicarse en el correcto lugar y ser creativo. En la búsqueda de la verdad se coloca el humanismo. Éste no sólo implica la defensa y el impulso de aquello que define la esencia del ser humano, en tanto ser digno, inviolable y sujeto de derechos, sino además de aquello que el ser humano puede ser. En este sentido, debe erigirse el espacio desde el cual se impulsen las potencialidades humanas, así como en el bastión que vigile que cada persona pueda desarrollar cabalmente sus potencialidades en aras de una sociedad más justa, en donde predomine el trato equitativo y respetuoso.
La justicia garantiza a las personas igualdad de condiciones que le posibiliten realizarse individual y socialmente; implica velar por el ejercicio de la libertad de manera equilibrada para contribuir a la armonía social con protección de los intereses y derechos intrínsecos a las personas. Una sociedad se sostiene y progresa si atiende sus derechos y obligaciones; por ello, se debe promover la justicia como virtud de la igualdad que existe y se reconoce entre todos los seres humanos porque todos gozan de la misma dignidad por ser personas. La justicia es la condición necesaria para la pluralidad de pensamiento y de personas. No hay pensamiento prohibido.
La pluralidad implica la posibilidad de convivir armónicamente y con respeto con las más distintas maneras de ser y pensar; supone pues, una forma de entrar en contacto con la otredad y enriquecer así el propio saber y la propia visión de la realidad a través de la apertura y el diálogo con otras formas de estar en el mundo. Está firmemente ligada al valor de la tolerancia.
La libertad es el valor fundamental del hombre, implica “apertura a la propia trascendentalidad”; es decir, hacerse cargo de la propia existencia, en aquello que es y en aquello que puede ser, de tal manera que sea el fundamento de una vida donde las capacidades y potencialidades puedan desarrollarse sin trabas, pero con el respeto a otros proyectos y formas de vida, así como velar por el desarrollo del conjunto de la comunidad.
La honestidad es la virtud que puede dar fuerza al gobierno para que se haga cargo de sus obligaciones con el espíritu de hacerlo siempre dentro del orden de lo establecido, en apego a las normas, sin el afán de engañar y lucrar en beneficio propio, sino siempre anteponiendo los intereses de la comunidad chiapaneca, ante la cual debe actuar con la verdad e impulsar los intereses y beneficios de ésta.
La transparencia es un valor fuertemente ligado a la honestidad, supone el manejo de los recursos comunes en aras del bien colectivo y por encima de los intereses personales, así como en estricto apego a los objetivos y propósitos con los que originalmente se han designado tales recursos, todo con el fin de lograr un beneficio para la comunidad de manera que ésta pueda depositar su confianza en el actuar del nuevo gobierno.
La responsabilidad para el nuevo gobierno supone hacerse cargo de los propios actos y de sus consecuencias, algo que no sólo implica conocimiento, sino también sensibilidad por los límites y posibilidades de la propia persona, así como de los otros, en un juego permanente de conciliación entre lo individual y la comunidad en el que se dé prioridad a las tareas y funciones encomendadas en beneficio de esta última. Un nuevo valor en este contexto sería la corresponsabilidad, entendida como la participación responsable y equitativa en las relaciones que establezcan los sujetos.
La Democracia es un valor que no sólo compete al proceso por el cual se eligen a las autoridades de los tres niveles, sino también a la vida social en su forma cotidiana, haciendo partícipe a todos sus miembros de los derechos y obligaciones que de ella se desprenden, de las posibilidades que ofrece y del trabajo que requiere, todo en un ambiente de diálogo y participación armónica tendiente a construir una institución plural y abierta al debate.
El actuar del actual gobierno debe buscar ante todo forjar el sentimiento de unidad y compromiso de la sociedad chiapaneca, lo cual implica velar por los valores y fines de la misma y sentirse parte de ellos; significa, pues, hacer coincidir los objetivos individuales con los de la comunidad, buscando la armonía y complementación de ambos. Lo anterior nos lleva a comprender el valor de la identidad.
En Chiapas, hemos padecido históricamente, una escasa cultura de valores. La conformación de la diversidad cultural ha sido una aparente debilidad de nuestra constitución social, sin embargo, emerge como una gran oportunidad de consolidar una identidad basada en principios empíricos y que han sido de gran empuje para nuestra sociedad actual.
Como misión debe proponerse alternativas idóneas a los nuevos tiempos para promover la Cultura Cívica a partir de acciones incluyentes, donde participen todos los sectores sociales y el gobierno estatal para reafirmar nuestra identidad, renovar los valores de nuestra sociedad y sustentar la dignidad humana.
En cuanto a la visión debe establecerse un eje rector para hacer de la Cultura Cívica una instancia gubernamental que promueva los valores cívicos e incida en la formación humana de los miembros de la sociedad chiapaneca.
No obstante lo fundamental es implementar estrategias adecuadas para desarrollar la Cultura Cívica de la sociedad chiapaneca a través de mecanismos operativos de vinculación pueblo-gobierno, con la finalidad de contribuir con el desarrollo cultural de nuestro país y de nuestro estado.
Los resultados del rezago educativo que nos ubica en los últimos lugares del concierto nacional, constituyen una gran razón para rediseñar los planes estructurales de los diferentes niveles educativos. Es del conocimiento de todos que la educación informal —la que se otorga en el seno familiar y en las interrelaciones sociales— así como la educación formal no han coincidido para instalar los principales valores que hagan de los sujetos seres capaces de transformar su realidad basados en parámetros de la conciencia cívica.
En esta ocasión, nuestro entorno se manifiesta como la posibilidad de promover, difundir e instaurar entre la ciudadanía una nueva actitud. Una relación que modifique y mejore la forma de actuar ante las circunstancias que nos permita consolidar los valores manifestados anteriormente. Es imprescindible replantear las actitudes, ello nos permitirá aspirar a un mejor nivel de vida. Desde los contextos más apartados de nuestra geografía chiapaneca hasta los espacios donde la diversidad sea notoria será apremiante conminar a restituir los valores que nos otorguen identidad.
En Chiapas es necesario decretar un esquema de participación ciudadana. De replantear los valores cívicos, sociales y morales.
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- PUTNAM, Robert. Making Democracy Work. Civic Traditions in Modern Italy. Princeton: University Press, 1993.
- VÁSQUEZ, E. Reflexiones sobre el valor (I). Suplemento Cultural de Últimas Noticias, (1.606), 1-3, 1999.
* Artículo publicado en la Revista Chiapaneca de Investigación Educativa "DEVENIR" el 7 de septiembre del 2007. No. 7. Pags. 67- 73.
**Docente de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericanas de la Universidad Autónoma de Chiapas. Ha coordinado y desarrollado el Programa de Rediseño Curricular de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericanas. Ha desarrollado una actividad investigativa en el ámbito lingüístico con especialización en el discurso político.
[1] Prieto Figueroa, 1984, p. 186.