DESCUBRÍ LA POESÍA DESDE NIÑO EN MEDIO DE LA NATURALEZA, ENTRE RÍOS Y MONTAÑAS: RICARDO CUELLAR VALENCIA.

Por Enrique Hidalgo Mellanes

Segunda y última parte

En esta segunda entrega, Ricardo Cuellar Valencia y yo, charlamos directamente sobre su persona, carácter, su voz que llega de golpe al hablar, su amistad con Joaquín Vásquez Aguilar y el libro publicado recientemente en la Facultad Humanidades de la Universidad Nacional de Colombia.

Me gustaría preguntarle algunas cosa muy personales… ¿Es posible?
Por supuesto, amigo. Pregunte lo que desee.

Hablemos de usted como persona. Dicen las malas lenguas que es usted de carácter fuerte, pedante y soberbio.
Esa pregunta es muy interesante. Que bueno que me es posible hablar de mí mismo en ese sentido. Mire usted: lo que se refiere a mi carácter es necesario hacer varias precisiones. Una tiene que ver con el tono de voz, que en efecto es fuerte y parecería que cuando me dirijo a ciertas personas lo hago en forma dura, que molesta. Me lo han dicho y reclamado algunos. Y yo les respondo que el tono de voz no me lo inventé yo, que es algo de mi idiosincrasia, producto de una determinación cultural. A veces exageran y quieren que hable como un niño que pide un favor casi llorando. Reconozco que incomoda, aunque es necesario advertir que cuando se me conoce y trata con cierta frecuencia se disipa esa apreciación.
Por otro lado mi temple personal tiene que ver con una manera de responder a quienes en un momento dado quieren tomarme el pelo. Y ahí el asunto se pone en un lugar en que se presentan las diferencias en tanto que respondo en forma directa y molesto. Me indigna la hipocresía, la falta de respeto, la mentira y el abuso de mi tiempo. Y claro el que se encuentra ante mí en esas circunstancias al verme indignado le da la vuelta al asunto y de inmediato me acusa de ser yo el ofensor. Esa manerita ya la conozco y no les creo ni acepto su acusación. Es decir, surge, en ellos, la hipocresía por encima de todo. Pese a ello pido disculpas a quienes en algún momento se hayan sentido ofendidos y solicito, de su parte, comprensión. Es cosa de entender las diferencias y no de propalar estigmas falaces.
Lo de pedante es un señalamiento absolutamente aparente. La pedantería es sinónimo de vanidoso, engreído. La literatura y la vida me han enseñado la humildad. Los pedantes son aquellos que se colocan esa máscara para esconder su mediocridad, a esos los carcome la envidia y los celos no los deja tranquilos en ningún momento. Otra cosa es que sea serio y no me preste a la charlatanería. Lo de soberbio es un infundio. Para nada soy arrogante. Quienes me han tratado de cerca, hombres y mujeres, lo saben muy bien.
Todo esto tiene que ver con mi presencia cultural. Lo real y concreto es que me he dedicado a la investigación y la crítica literaria y en algunas ocasiones ciertos pretendidos escritores han deseado que comente sus libros. Y la verdad es que en la mayoría de los casos prefiero quedarme en silencio antes que elogiar vanamente algo. Y eso les molesta y desde esa actitud lanzan sus infundios. No les haga caso. Hay unos mediocres irremediables que desde la intriga tratan de obtener prebendas, premios, reconocimientos, puestos y dinero. En algunos casos lo logran. No me interesa meterme en sus maquinaciones hasta cuando no toquen mi persona. Pero eso ha sido muy ocasional y no le doy ninguna importancia. Conozco muy bien el precio de la crítica y la asumo con todo el rigor moral y ético que demanda, aunque a veces me puedo equivocar, de eso nadie está exento.

Fue usted muy amigo de Joaquín Vásquez Aguilar.
Si. Desde que nos conocimos tuvimos empatía. Una de las cosas que me encantó de su amistad es la de nunca habernos dedicado a los chismes, a hablar mal de nadie. Su altura moral fue una de sus mejores virtudes. El y yo dirigimos en el Centro de Escritores Chiapaneco, en los días que el Instituto Chiapaneco de Cultura empezaba a tomar forma bajo la dirección de Javier Espinosa Mandujano. Llegaban allí, casi todos los que te mencioné antes, además de Ámbar Past, Pancho Álvarez, Adolfo Ruiseñor, Jorge Mandujano y otros. Trabajábamos muy bien, desde las poéticas, las técnicas hasta la visión y el tratamiento discursivo de los textos presentados. Primaba la amistad, sin dejar por ello el rigor de la crítica, siempre con el respeto debido a cada uno. Jamás nos burlamos de nadie y menos ofendimos a este o aquel por su ingenuidad gratuita. A Ámbar le gustó mucho escribir en español y dejar de pensar en inglés, aspecto que constantemente le señalaba Joaquín y que yo reforzaba. Nos divertía y celebrábamos la amoralidad y homosexualidad de Israel González por su desenfado y libertad asumida. Yo siempre celebré la poesía de Pancho Álvarez sumergida en las cosmovisiones mayas. En fin. Anunció Carlos Román hace poco que Coneculta va a editar la obra completa de Joaquín, acompañada de muy buenos comentarios. En hora buena. La leeremos con atención.
Más de una noche la pasamos en mi casa. Tres meses compartimos el mismo techo. Tuvimos oportunidad de hablar sólo los dos de poesía horas enteras y, sobre todo, de leer en voz alta muchos poetas de nuestras preferencias, y otros que íbamos descubriendo con el paso de los días. Tenía un oído muy fino y una entonación de voz excelente para leer en público. De su poesía se ha dicho muy poco. He conocido a estudiantes de la carrera de Lengua y Literatura Hispanoamericanas que se interesan por su poesía. Más que homenajes a los poetas chiapanecos se les debe editar y estudiar a fondo, todo lo demás es vacuo. La generación de poetas a la cual pertenece Vázquez Aguilar es valiosa y demanda un acercamiento minucioso, más allá de las consabidas e inútiles mitificaciones. Guardo recuerdos muy gratos de su amistad, de su generosidad. Vivió para la poesía, como muy pocos, a pesar de todos las limitaciones sociales y económicas que debió afrontar.

Hablemos de su libro que acaba de editar la Facultad Humanidades de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá: Ojos dorados del cuerpo.
Es un libro que escribí en una semana. Después de llegar de dictar clase, sin cenar, de inmediato me sentaba a escribir. Lo escribí hace algo así como diez años. Traía en la cabeza la idea por años de trabajar el cuerpo como espacio de conocimiento. Al suceder algo en mi vida personal se me fue aclarando la idea. Cuando empecé tuve la idea de escribir un atisbo poético que tuviera el tono de lo histórico, de los devenires del cuerpo en la historia humana. La pulsión era muy fuerte y apenas me daba lugar para hacer algunas consultas literarias. La primera parte es un homenaje a las Venus del período paleolítico. Luego retomo la parte erótica de los mayas presente en el Ritual de los Bacabes, aspecto escasamente tratado en la literatura hispanoamericana. Algo trato de la vida colonial basado en textos históricos y filosóficos. De pronto me veo metido en los mundos europeos, especialmente de los siglos XVIII y XIX, sobre todo del XIX, que me apasiona desde hace años. Después de recrear la visión poética del cuerpo de mis poetas preferidos me voy dejando llevar por las visones personales del cuerpo hasta llagar a tocar lo que llamamos la reinvención del cuerpo. Es un intento, una búsqueda. He escrito más sobre el tema pero no los agregué para conservar viva la experiencia interior de esos días de exacerbación o furor poético. Allí está mi propuesta. Serán los lectores eficientes quienes se encargarán de definir su alcance y posibles logros. En días venideros lo presentaremos en Tuxtla.
Te digo para finalizar: Yo soy esencialmente un poeta de paso por la vida. Sólo me detiene el asombro, la maravilla del mundo y sus muecas. Nada me es indiferente. Asumo la vida como creación en permanente juego. No tengo odios o preparo nada contra nadie. La mentira me aburre. La farsa deja caer sus telones en la fresca realidad. Mi libertad es la escritura y desde allí me fundo como ser humano.