DE LENGUA ME COMO UN PLATO.

Por: Isaac Castillo.


Soy un convencido de la juventud. Que está deseosa de aportar ideas frescas en todos los órdenes de la vida social. Las nuevas generaciones están contribuyendo a transformar nuestra realidad: ahí tienen ejemplos exitosos que han transformado a nuestra sociedad.
Los últimos años se ha caracterizado por el liderazgo de los jóvenes. Sin embargo, debemos estar conscientes que no es generalizado. La modernidad y los medios electrónicos de comunicación masiva se han encargado de contribuir al debilitamiento de los valores entre este sector. En muchas de las ocasiones se sostiene que la sociedad atraviesa por una crisis de valores, lo cual se toma como sinónimo de que estos no existen o están desapareciendo, lo que no es verdad: los valores persisten, pero son diferentes a los tradicionales y en su mayoría entran en pugna con lo establecido. Es decir, los valores no se destruyen, se reconfiguran. El vacío que provoca la falta de inculcación de valores entre los jóvenes ha generado que adopten al ego, el poder y el placer como nuevos valores (existen quienes los catalogan como antivalores).
A través de la lengua —y aclaro que me refiero a la lengua en su más estricta definición como sistema de comunicación oral— hace falta aportar esas ideas frescas, renovadas, con verdadero sentido joven que permita reconocer y contribuir al progreso y desarrollo que como sociedad nos exigimos. Las diversas manifestaciones coloquiales se instauran en vacíos significacionales, tal vez, con la intención de crear moda o ser aceptados socialmente; pero a lo más que se ha logrado es a inspirar conmiseración.
Aún no logramos entender cómo soslayamos la riqueza de nuestra lengua castellana y preferimos recurrir a la falsa economía de su uso. Por ello nos encontramos con severas mutaciones del lenguaje en el ciberespacio o en inadecuados recursos propagandísticos en títulos como “La Kja”. No pedimos mucho: basta con hacer uso de nuestra lengua de la manera más sensata. La destruimos con sendas aberraciones que, con la justificación de pretender formar parte del grupo de jóvenes, cometemos una serie de atropellos como las expresiones si güey, chale, qué ondas y que escuchamos en boca de los chicos y en no menos de las chicas de manera constante. Como que si esas expresiones correspondieran al prestigio lingüístico de los verdaderos jóvenes cuando en realidad nada aportan.
Si nos dedicáramos a erradicar del repertorio lingüístico de los jóvenes esas expresiones y otras linduras que sumadas no pasan de una docena, estaríamos en aprietos: no podrían comunicarse los jóvenes de hoy. Estudios recientes manifiestan que los jóvenes cuentan en su repertorio con no más de cincuenta palabras, suficientes para darse a entender durante el día, pero que de igual forma denotan la pobreza del conocimiento de nuestra lengua. A cambio, se recurre a los recursos paralingüísticos como los gestos, ademanes y sonido guturales para darse a entender.
Los medios electrónicos de comunicación, concretamente la televisión, otorgan digerida las ideas, sin propiciar a los telespectadores que razonen. Es el caso mismo de la red, en el que los chavos y chavas interactúan mutando la mayoría de las palabras —claro: en aras de la economía y el esfuerzo— y recurriendo al uso de monitos y símbolos que no fortalecen a nuestro sistema lingüístico.
Nos ha ganado la comercialización visual. Esa es la verdad. Todo lo que nos rodea es visual. No nos permite razonar ni reflexionar a partir de las ideas con palabras. Estoy de acuerdo de que la lengua evoluciona. Pero también estoy cierto que debemos evolucionar y no estacionarnos en la interpretación mimética que nos ofrece filósofos contemporáneos como Adal Ramones con sus expresiones coloquiales de vanguardia, o el de Omar Chaparro, insigne personaje de la tragedia contemporánea que con sus desplantes pretende imponer conductas que, en muchas de las ocasiones, le son vitoreadas; o los excelentísimos protagonistas de RBD que hasta le aplauden las “mamperías” de uno de sus integrantes y dictan cómo deben vestirse y comportarse la chaviza de hoy.
Tampoco pedimos esas expresiones barrocas para interactuar. Ya me imagino el enunciado en el comedor de una familia promedio: “Querida hija: en virtud de que mis manducatorias adolecen de la sustancia salífera que contribuya al sazón adecuado, me veo en la imperiosa necesidad de requerirte, tengas a bien, proveerme el recipiente que contiene los granos de salífera” pudiendo decir simplemente: “pásame la sal”.
Es cierto que la esencia de la lengua radica en la intención comunicativa pero también es cierto que debemos cultivarla todos los días. Nuestra lengua hispana, concretamente, está siendo instaurada como el vehículo idóneo de la literatura contemporánea. Así lo demuestran los resultados de encuestas realizadas en Estados Unidos donde muchos de sus lectores están aprendiendo el español, porque es a través de él, que pueden acceder a las mejores producciones literarias. Es falso que la lengua inglesa, por ejemplo, sea la más hablada en el mundo. No es que manifieste una homogeneización. La lengua más hablada es el chino mandarín, por el número de hablantes. Pero el inglés es la lengua más funcional por las relaciones comerciales. Pero no es homogénea. Ya no aspira a ello. Los norteamericanos están aprendiendo el español para poder acceder a estos espacios culturales que en su lengua materna no se ofrece. Entonces, debemos reconocer la importancia de nuestra lengua española en aras de reconfigurar nuestra realidad. Los jóvenes tenemos la oportunidad y la obligación de hacerlo.


CONFERENCIA DICTADA ANTE ALUMNOS DEL INSTITUTO TECNOLÓGICO DE ESTUDIOS SUPERIORES DE MONTERREY. CAMPUS TUXTA EL 29 DE MARZO DEL 2007.