EL POPOL VUH. DE LA ORALIDAD A LA ESCRITURA

Por Enrique Hidalgo Mellanes

Para la luna tierna de She Lajuj Noj, Guatemala.
Invocación.

Invoco la lengua, los ojos, los pasos de mis ancestros. Invoco las fuerzas de la gente de los primeros minutos de la tierra y a los eternos sueños del gran mar de los encantamientos y hechizos. Dicen que mi palabra fue pulseada por los ancianos de un lugar llamado Zinacantán, en la zona alta y fría de Chiapas, en México. Otros dicen que mi corazón es un viajero. Hay quienes afirman que han encontrado mi alma dando vueltas entre las montañas de muchas comunidades.

Mi palabra fue sahumada en una ceremonia especial. Mi palabra viene ante ustedes con olores a inciensos y tierra de muchos caminos. Hasta aquí han venido los sueños de todos mis abuelos. Aquí están los vientos de las montañas de mi tierra para encender el fuego de mi corazón.

Evocación.
Permítanme desplazarme en algunas veredas de sus corazones y del entendimiento. Permítanme caminar por un rato. Permítanme hablar por un rato. Permítanme invocar la voz y la lengua de nuestros padres-madres, a tata jama, al padre sol, para que ilumine mi pensamiento

Debo confesar que hace tiempo, en un sueño vino hasta mi casa, el hogar de todos ustedes, una anciana. Ella tocó la puerta. Abrí. Me regaló un gran ramo de flores. Me preguntó “¿mis nietos han jugado contigo?”. Algo tenía en su forma de hablar y de mirar. Creí conocerla. Mi corazón sintió una paz intensa. Le respondí a la anciana que vi a unos muchachos caminando hacia una montaña.

Ella se despidió y se fue. Siempre estuve conciente que estaba en mi sueño. Me maravillé de mi control durante este trance de ensoñación y de la confianza de esa anciana para preguntarme por sus nietos. Durante varios años estuve preguntándome “¿Quiénes eran esos nietos?”. Con más serenidad reconstruí ese momento. Por un lado, la anciana y su precisión en preguntar. Y en mi caso, la forma casi automática en responder. Ante mí ocurrió una autentica revelación.

Este sueño es un instrumento que tiempo después articulé con el documento ritual, histórico y literario, el Popol Vuh. Para entenderme mejor debo aclarar algunos conceptos claves.

María Magdalena Gómez Sántis, autora del libro J-iloletik e investigadora indígena en Chiapas, cita a Mercedes de la Garza quien indica que son los sueños la forma principal de lograr la separación del espíritu y el cuerpo, necesaria para la vinculación con lo sagrado. Los sueños son “la otra realidad” de la vida humana, la realidad del espíritu liberado del cuerpo, del espíritu externado desplegado en el trasmundo sagrado.

El sueño es un espacio creado en donde se ubican las entidades únicas, mágicas, míticas y religiosas quienes nos obsequian algunas palabras y visiones secretas e invocaciones. En el sueño se nos permite platicar con los dadores de vida. Los dadores son entidades quienes crearon todas las cosas tangibles e intangible conocidas y por conocer.

La anciana quien me visitó en el sueño fue la anticipación de lo que vendría después. Estando en una comunidad indígena de Chiapas y tomando posh, licor ritual, yo platicaba sobre la visita de esa señora quién preguntaba por sus nietos. También dije que respondí con seguridad. Los señores mayores de esa comunidad me vieron y sonrieron. Ellos me contaron una historia simular narrada por sus abuelos: la historia de unos niños nacidos de una muchacha desconocida. La charla fue muy larga. Era de noche. Pasó el tiempo y la madrugada nos encontró dialogando Y ahí estuvo la figura de una abuela. Me maravillé ante las formas de narrar y construir la etnósferas orales.

Wade Davis,[1] investigador de la Nacional Geographic Society, propone el concepto etnósfera. Para él, la etnósfera “podría definirse como la suma total de todos los pensamientos, ideas, mitos, sueños, intuiciones

e inspiraciones que han cobrado forma gracias a la imaginación humana desde el principio de su conciencia.”

Agrega Davis “la etnósfera es la gran herencia de la humanidad, un símbolo de todo lo que hemos conseguido y la promesa de todo lo que podríamos conseguir como especie sumamente creativa e imaginativa que somos.”

Mientras miraba hacia las estrellas vino a mi memoria aquel libro que leí a mis 12 años, el Popol Vuh. Fue en ese momento cuando los viejitos indígenas me dijeron “esa anciana es la abuela de los gemelos de otro pueblo y también pasaron por aquí. Esos jovencitos pasaron caminando rumbo a la montaña llama Mactumatzá, el cerro de agua”.

Entiendo que esa narración de los gemelos se encuentra en el pensamiento y la escritura quiché pero también hay fragmentos del Popol Vuh en buena parte de las culturas de la raíz maya y zoque.

Volviendo a mi experiencia. Aquí se me presenta una gran dificultad. ¿Por qué se me permite recordar esos sueños? Ignoro si ustedes han tenido ese tipo de sueños y luego sean capaces de recordar con precisión. Pero, éste quien les habla, cuando redactaba su tesis de posgrado en educación indígena, visitó un lugar similar a Xibalbá. Fui invitado a Ts´uan, un lugar creado con un encantamiento desde el sueño por los zoques de Chiapas. Ts´uan también es nombrado como “antes de la medianoche”. Lo que sigue después de la medianoche es el olvido. Permítanme vincular los conceptos de Ts´uan y Xibalbá.


¿Cómo llegué a Ts´uan? Fue sencillo. Al igual que la visita de la anciana, en un sueño iba yo caminando cerca de un matorral. Sentí la presencia de algo. Me seguía ese algo. Una voz de mujer pronunció mi nombre. Vi hacia el lugar en donde venía la voz. Una chica hermosísima se acercó. “Vamos a mi fiesta, a mi casa”, dijo ella. La seguí. Caminamos por algunas veredas y entramos a un cerro, una montaña. Bajamos y bajamos. Su casa estaba debajo de la tierra.

Los viejitos zoques se enteraron de mi viaje, a la fiesta, a Ts´uan. Ellos me preguntaron por la mujer hermosa, la señora del volcán Chichonal, Piogwa chue, la mujer que arde. Y cierto. Sí la recuerdo. Ella vive en una gran fiesta. Su casa es una gran fiesta. Quienes ahí están no saben que han dejado la vida terrena. Los zoques, digamos terrenales, que han dejado de ver a sus conocidos durante la erupción volcánica de 1982 en Chiapas dicen “no están muertos, solo enfiestados. Ellos están en Ts´uan.” Lo que une los que están allá, en Ts´uan, con los de acá, los de la vida terrena, es el recuerdo. Bajo estos acercamientos me traslado hacia el encuentro del libro que me trajo hasta acá, frente a ustedes.

Esas herramientas del recuerdo aludidas son las charlas, las flores, las fotografías, los rezos, ceremonias, las rememoraciones, invocaciones y el sueño. Los objetos nos permiten recordar. Digamos que hay cordones de objetos y acciones que nos permite estar en la memoria de los demás.

Los zoques de Chiapas me dijeron “quienes no están con nosotros físicamente sí permanecen en nuestros corazones y en la memoria. Están vivos dentro de nosotros. Al mirar sus cosas, sus músicas, sus fotografías, reviven. Eso nos une”

En el caso del Popol Vuh, en una de sus versiones escritas dice: “Los muchachos fueron a despedirse de su abuela y de su madre, sembraron unas cañas en el patio de su casa como señal de su existencia y se encaminaron hacia Xibalbá”.

Debo señalar la expresión “…como señal de su existencia…”. Entonces esa caña es el cordón de vida y de muerte, el indicador. Me surgen varias inquietudes de carácter narrativo ¿La abuela cuidó bien las cañas? ¿Fueron bien sembradas? ¿Después que las cañas dieron señales de muerte, que ocurrió con ellas?

Para los zoques de Chiapas, quienes no son parte de la familia maya, también comparten esos vínculos míticos. Las cañas son los nexos que hay entre el mundo de arriba, el acá, con el mundo de abajo, el allá. Lo mismo que los zoques del volcán Chichonal.

Laureano Reyes Gómez, autor del libro Los zoques del volcán, me platicó que hay la firme creencia de existencia de ese espacio llamado Tsu’an .La entrada a ese sitio son las cuevas en donde se asegura puede escucharse el bullicio de un mundo interno. Quien se atreve a entrar se encuentra que adelante se ilumina el camino y luego se hace oscuro y uno tiene la necesidad de iluminarse con velas. Allá adentro pareciera ser parte de lo que los viejitos platicaron del Popol Vuh, la vida interior de Xibalbá. Dicen “se puede escuchar el canto de los gallos, la celebración de misas, las risas de los niños, el ladrido de los perros, el repiqueteo de campanas, etc.,”

Reyes Gómez manifiesta que se evidencia toda la vida comunitaria subterránea. Asimismo, las historias de Ts´uan están alimentadas por historias fantásticas de gente quien se dice se reincorporó a la vida terrena después de haber estado cautiva por algún “encanto”, y ahora goza de inmensas riquezas.

La palabra clave es “encanto”. El encanto se manifiesta tanto en la oralidad como en la escritura. Ese es el caso del texto de Popol Vuh. Es encanto, magia y manifestación poética. De nuevo se alude a la oralidad, nuestra herencia más inmediata. El encanto es el resultado de ciertas ritualidades en donde el mayor soporte es el habla. Me regreso. ¿Dónde quedan, donde se ubican entonces Xibalbá y Ts´uan? Ambos están inmersos en el terreno del patrimonio cultural intangible. Están en el pensamiento y en las creencias. Lo pensamos, reflexionamos y analizamos. Externamos, estos lugares solo existen en el momento de ser pronunciados, manifestados. Luego desaparecen.



La oralidad es volátil, efímera, intangible. En cambio, el texto conocido como Popol Vuh, es tangible, podemos tocar el libro en tanto trabajo editorial. Ejemplo de ello son las diversas ediciones y versiones del documento quien nos reúne.

Me maravilla pensar en los grandes poderes del habla. ¿Por qué hay poderes durante los instantes del habla? Sencillamente porque es el regalo que nuestros primeros padres-madres. Ellos decidieron enseñarnos a hablar. Ellos nos cedieron sus conocimientos del mundo. Nosotros hablamos porque somos descendientes de los primeros padres-madres. Ellos nos crearon, nos quieren, nos aman, nos enseñaron a mirar y hablarle al mundo, nos regalaron el encanto.

El encanto es estar y vivir en el canto, transitar en la ceremonia lingüística, caminar en el habla especializada. El canto significa fiesta, invocación, evocación, ordenar, rememorar, inducir, enamorar y crear. Pienso, eso es el Popol Vuh, el tránsito continuo de la oralidad especializada hacia la escritura.

Volviendo a Ts´uan, antes de la media noche. Para poder salir de ese lugar existen formulas. Quien es dueño, vigilante, simplemente nos permite abandonar el lugar. Pero existe otra forma de dejar Tsu’an, y esto ocurre “cuando en el mundo exterior se han olvidado del sujeto “encantado”, dice Laureano Reyes Gómez. Es decir, el individuo vive en Tsu’an tanto cuanto es recordado en la vida terrena; una vez que ha sido olvidado de la memoria comunitaria, de la misma manera, el individuo sufre un “desencanto”, sale del canto, de la memoria y se convierte en pasado, en olvido.

Las palabras de los primeros padres-madres crearon y ordenaron al mundo. Fue orden y ritual. Los creadores dijeron sus palabras y las palabras tuvieron el poder de hacer al mundo. Las palabras también fueron utilizadas por los objetos para la rebelión en contra de los hombres. En la oralidad todo ocurre. La versión de Adrián Recinos del Popol Vuh es poética. Para que el encanto sea hechizo y conjuro tiene que tener necesariamente la función poética. Solo así cumple la misión de “parar al mundo”, como dice escribió Carlos Castañeda.

Debo citar un ejemplo de la adquisición de la vitalidad de los objetos, según manifiesta la oralidad y la escritura.

Mi abuela me decía que su abuela le dijo en el antiguo poblado de San Bartolomé de Los llanos hacía mucho tiempo, las cosas empezaron a hablar, se movían, tenían vida. El metate, ahora herencia familiar, tuvo vida pero fue enterrada para que no se fuera corriendo.

Las piedras de moler les decían “—Mucho nos atormentaste, y toda la mañana y toda la tarde no nos dejaban descansar haciéndonos chillar jolí, jolí, juquí, juquí, cuando molieron maíz sobre nuestras caras; ahora prueba nuestras fuerzas, moleremos las carnes de ustedes y haremos harina sus cuerpos”.


Permítanme hacer otra rememoración. En Chiapas durante los días 1 y 2 de noviembre creamos altares en donde invocamos a personas que han fallecido. Nosotros, los que aquí y ahora, no aceptamos en su totalidad la muerte de nuestros seres queridos. En los altares colocamos frutas, verduras y todos aquellos alimentos que los hoy difuntos le agradaban.

Los obsequios quienes ya no están son formas de mantener vigente la memoria de otras personas y la nuestra. Construimos entre todos la llamada memoria colectiva.

Antes de ser escritura, lo más seguro, existió un Popol Wuj en versión oral, aquella nutrida de muchos recuerdos y de la gran magia de los corazones quichés.

Esa memoria oral se fue nutriendo de las experiencias vitales de hombres y mujeres. Desde el Sureste de México percibo en la escritura la mirada de mundo de quien redacta, intereses particulares. Lo mismo ocurre en las versiones orales. Podemos saber o ser testigos de un mismo acontecimiento pero cada persona narrará desde su perspectiva, lo que recuerda.

Encuentro un vínculo directo con los muchachos del Popol Vuh quienes han dejado para la abuela, antes de ir a Xibalbá, al inframundo, unas cañas como signo de vida y de cordón que los une con el mundo de aquí y ahora. ¿Por qué atarse al mundo? ¿Por qué presentar cañas? De nuevo vienen las palabras “recuerdo” y “encanto”

Esa forma de pensar, de entender al mundo la hemos creado para sentirnos con un patrimonio identitario pero también para recordar nuestro origen. No fuimos creados por generación espontánea sino que alguien superior a nosotros. Esa entidad es responsable de crearnos de maíz, el sagrado alimento, nuestro alimento.

Los nacidos en Chiapas somos herederos de buena parte de una cultura creada por ciertas necesidades comunitarias. Algunas necesidades son la historia y la tradición orales. Esas herencias de los grupos humanos migran de generación a generación, de individuo a individuo.

El Libro del Consejo es un instrumento educativo de la comunidad. Esta es educación endógena. ¿Qué es la educación endógena?



Camino para el encuentro con la Palabra del Gran Consejo.
Abraham León Trujillo, autor del libro Comunalidad en Chiapas, escribe que la educación endógena o informal, es aquella que se constituye como fundamento de la socialización del sujeto en los primeros años de la vida. Se desarrolla a través de la familia y la comunidad. En ella se transmiten y configuran los conocimientos, los modos de percibir y categorizar la realidad y los valores socialmente determinadas que se encuentran en la base de la sustentación de las dimensiones del orden social propio, mismos que se constituyen los bienes culturales de las comunidades. Estos representan el capital cultural de los sujetos étnicos. Esta formación integral se desarrolla de manera sistemática y espontánea, cuya influencia en los individuos se da a través de procesos complejos a través de toda la vida.

Las reflexiones del antropólogo y lingüista Abraham León Trujillo nos conducen directamente a las acciones integradas y articuladas por familias y comunidades. Una comunidad, por ejemplo, es esta reunión que hemos integrado. Cada uno de nosotros tiene una vida intima. Sin embargo, nos une un libro sagrado y una cosmovisión que no están en las escrituras sino en el pensamiento, en el habla y, en el corazón.

La concepción de “corazón” alude a la vida. Al final del Popol Vuh se alude a un sacrificio en donde el órgano nombrado como corazón se ofrece como triunfo, es la meta, el final. El libro es el fundamento para convocar e invocar corazones.

Los individuos siempre nos organizamos para tomar acuerdos sobre las formas de enseñar, conservar, ordenar, actualizar o eliminar el patrimonio cultural. Esa es la educación endógena. La selección y discriminación forma parte de lo que somos en la vida. Hemos construido, primero, la historia oral y después, la hemos escrito en varias versiones.

Un ejemplo de esa selección, discriminación y transmisión son los acercamientos hacia la palabra “copal” en la versión de Albertina Sarabia. Cito

a) “…tomaron la jícara y levantaron con tres dedos aquel cuajarón que estaba chorreando sangre y mandó a atizar el fuego lo pusieron sobre él y lo quemaron. Suave fragancia salió de aquel líquido al quemarse, de lo cual todos quedaron maravillados”.

b) “…y está fue la causa del llanto de la abuela delante de las cañas que dejaron sembradas, las que se secaron cuando murieron y volvieron a retoñar las cañas y quemó copal en medio de la casa y desde entonces quedó esa costumbre”.

C) “Balam Quitzé, Balam Ak´ab, Majucutaj e Iquí Balam, quemando pom y bailando se fueron hacia donde nacía el Sol, derramando lágrimas de contento y de dulzura”.

d) “No estaban ociosos los Ajawab, los señores, sino que ayunaban muchas veces por sus vasallos, practicaban la abstinencia con su mujeres y hacían muchas penitencias y oraciones ante el dios y postrados ante él quemaban su pom.”

Insisto en las diversas versiones orales y escritas. En el caso de copal se cuentan historias similares, claro, con algunas variantes. Sin embargo, se conservan las intensidades narrativas orales y los argumentos.

Nuestros padres, madres y abuelos nos enseñaron a comportarnos con algunas reglas y códigos para el bienestar y bien pensar. Nos educaron bajo algunas metodologías comunitarias para actuar con respeto, restricciones y sanciones. También nos enseñaron a mirar y construir al mundo, nuestro mundo, desde las mitologías y desde el mundo concreto, el real. Nos enseñaron a estar en permanente equilibrio.

La primera escritura del Popol Vuh que nos ocupa es solo un registro de lo que al padre Ximénez le dijeron. La experiencia nos dice que no todo se puede ceder, contar o decir. Siempre nos quedamos con la parte más íntima.

Algo nos dice que en la vida comunitaria de los quichés existe otra parte del Libro Sagrado nunca escrita. Supongo que en las tardes y noches mientras se observa el cielo y el frío recorre los pueblos, la comunidad platica sus historias de la creación del mundo y de todas las cosas. Mi corazón me dice “aquí se perciben muchas almas universales, grandes, cósmicas”.

No todo sé que tiene que dar. Si uno entrega toda la sabiduría, uno queda vacío, sin la parte valiosa del patrimonio cultural y tendría que empezar de nuevo. El tesoro comunitario solo es cedido en la versión escrita. La oralidad es depositaria de la cultura. El Popol Vuh escrito es, precisamente, ese lugarcito en donde quedó atrapada la tradición oral en grafías para migrar hacia los corazones y mentes de los individuos.

Merlville J. Herskovits en su libro El hombre y sus obras escribe “...en su más amplio sentido, la educación debe considerarse como aquella parte de la experiencia endocultural que, al través del proceso del aprendizaje, equipa a un individuo para que ocupe su lugar como miembro de su sociedad.” Me pregunto ¿El Popol Vuh es un instrumento de educación endocultural?

Agrega Herskovits que la educación puede verse como expresión de un proceso sencillo, por medio del cual el individuo se apropia y maneja su cultura. La endoculturación continúa al través de la vida entera del individuo. No solo abarca la preparación que recibe de manos de otros, sino también por asimilación de elementos de su cultura que adquiere sin dirección, por medio de sus propios poderes de observación y de imitación. Aquí vienen otras preguntas ¿El Popol Vuh dio sentido a nuestra vida? ¿Hay una dinámica cultural en la versión oral del Popol Vuh?

Erasmo Cisneros Paz indica que en las comunidades indígenas, la transmisión de leyendas y fábulas es un medio importante para la transmisión cultural y socialización de los nuevos miembros de la comunidad. Fomentan la solidaridad, a reforzar los valores, los patrones sociales y culturales aceptados, a difundir conocimientos útiles en las actividades cotidianas y especiales de grupo.

Esa transmisión aludida por Cisneros Paz está orientada hacia la oralidad, el ejemplo y las sanciones. Las mismas comunidades son reguladoras de las historia narradas por sus integrantes. Hay una historia oficial comunitaria validada por los individuos con prestigio reconocido.

Ana Crespo nombra a la educación endógena y endocultural como informal en el caso de las etnias mexicanas. Ella la define como aquella que (...) proporciona un acervo de conocimientos prácticos que los individuos están en posibilidad de recibir al interior de sus grupos. Comprende el proceso por el cual cada individuo logra actividades, valores, habilidades y conocimientos merced a la experiencia diaria, por la relación con los grupos primarios (familia, amigos, trabajo) y secundarios (grupos religiosos o culturales), o por la influencia del ambiente y de los medios de comunicación colectiva de carácter educativo.

El Popol Vuh reafirma el sentido de pertenencia al interior de las comunidades. Quien ha leído este libro o le han contado se adhiere a la cosmovisión indígena. El individuo se transforma, cambia su percepción de la vida, siempre cuando esa sea su voluntad. En el caso de Chiapas, se han editado dos versiones en lenguas tseltal y tsotsil.

Durante mi experiencia como docente universitario he visto y oído a mis alumnos y alumnas quienes se han reconocido en el libro ya mencionado desde las historias narradas por sus abuelos. Otros, se han maravillado con la historia de los transportes utilizados por un mosquito quien llevaba un mensaje secreto.

Yo me maravillo por la gran capacidad por explicar los orígenes culturales y sociales de buena parte de Mesoamérica. Perdón por mi atrevimiento por hablar de Mesoamérica. Cada pueblo tiene su héroe cultural y hay coincidencias con los gemelos quichés. Insisto me maravillo



Atrapada en las letras.
El canto es palabra, oralidad, pensamiento, ritualidad, recuerdo, memoria que no escrita. Canto es ensoñación y vida. El encanto es vivir dentro de la oralidad y en el sueño. ¿No se han preguntado si el Popol Vuh es producto de los sueños? Es decir, producto de los sueños de muchas mujeres y hombres. Dicen los viejitos que las letras son atrapa sueños.

Estoy recordando a un anciano zoque de Chiapas quien me dijo” cada vez que necesito saber algo recurro a los adivinadores. Entran a mi sueño. Ahí me visitan. Ahí platicamos, les pregunto a la viejita y al viejito”

Cuando me dijeron lo anterior sentí vivir muy de cerca de toda la poesía, todo el espíritu de los dadores de vida. Durante una noche de luna me contaron la historia de unos señores con hambre quienes hicieron confesar a las hormigas y les indicaran el sitio exacto en donde había maíz. A las hormigas les atormentaron amarrándoles el abdomen. Por eso tienen una cintura muy marcada.

En cuanto al sueño y los adivinadores, el Libro de la creación quiché dice:
“-A continuación vino la adivinación, la echada de la suerte con el maíz y el tzité. - ¡Suerte! ¡Criatura!, les dijeron entonces una vieja y un viejo. Y este viejo era el de las suertes del tzité, el llamado Ixpiyacoc. Y la vieja era la adivina, la formadora, que se llama Chiracán Ixmucamé.”

Pareciera distante esta cita y la vida cotidiana. Sin embargo, es tan cercana a nosotros. Es la vida misma. La vida de todos los días mantiene vigente tanto el texto como la tradición oral. El Libro del Consejo está en nuestras venas.

¿Por qué hemos atrapado la oralidad, la tradición oral, en grafías? Por una parte, nos sirve como contenedor de lo narrado. Las grafías son depositarias de la tradición oral. Esto, en la actualidad, le llamamos oralitura. Nueva palabra para indicar el origen de un texto.

Por otra parte, las letras son invitaciones para leerlas ya sea en voces bajas o altas. Los oyentes reconstruyen lo escuchado y crean otras versiones. Las letras solo son un breve descanso de la tradición oral. Sigue su curso, sigue su dinámica.


Lo que seguimos platicando.
Nuestra herencia cultural se construye de varias maneras. Pero hay dos formas que sobresalen: la charla directa y las acciones testimoniales. La charla directa se ejecuta entre dos personas o bien, para un grupo creado en forma voluntaria o involuntaria.

Esa charla en muchas ocasiones es el principio de historias cósmicas en donde se ubican buena parte de las razones de nuestra existencia. La charla debe reunir características especificas, capaz de atrapar la atención de quien escucha y el oyente debe estar dispuesto a ser invadido por otra cosmovisión capaz de ser internalizada. Quien narra, quien habla en ese momento tiene una herencia de conocimientos y saberes llegados desde la tradición oral.

La palabra clave es internalizar. Esos signos lingüísticos articulados, la lengua, son emitidos por alguien con cierta intencionalidad. La versión oral del Libro del Consejo se manifiesta directamente en comunidades creadas a partir de movimientos culturales y sociales. Debieron ser maravillosos los momentos cuando se fue construyendo el gran libro encontrado.

Mi abuela Carmen le gustaba abrazarme. Con cierta nostalgia ella contaba que durante meses caminó por montañas huyendo de las enfermedades. En varias ocasiones dice escuchó historias llenas de magia y de silencios. Durante años mientras yo crecía me narró la historia central de la Ixquic. Ella se veía como misma Ixquic.

En una ocasión, mientras ella veía unas flores, me dijo: “Hace tiempo todas las plantas. Hace tiempo todos los árboles nos miraron. Hace tiempo las plantas tenían sueño y se acostaron en la tierra. Yo vi a las plantas durmieron en medio de mi casa. Mi madre decía que era normal porque las plantas se habían cansado de estar paraditas”.

Viene a mi memoria los olores del cacapote o chocolate caliente pero también llegan la evocación de otra historia. Cuenta mi abuela que en un lugar de Chiapas, en San Bartolomé de Los Llanos, durante un tiempo que no recuerda a ciencia cierta las piedras de moler, los metates, se movían. Todos los metates hicieron correr a la gente. Ellos golpeaban a la gente. Pero no así el que la abuela tenía en casa. Su metate si tuvo vida. Incluso me dijo que en algunas ocasiones, cuando llovía muy fuerte, el brazo del metate se escondía debajo de su cama.

Cuando me contó esa historia, mi mente no entendía. Sin embargo, con los años y las lecturas comprendí cada palabra de la abuela. Ella me contó un fragmentó de sus recuerdos. Coinciden en su totalidad con otras versiones que he leído y escuchado en varias comunidades de Chiapas.

Al terreno que los llevo es el siguiente. El recurso del recuerdo nos permite intervenir en la cotidianidad. Los más inmediato a nosotros son los diálogos quienes indican que somos herederos de buena parte de las culturas fundacionales. En algunos de los pasajes de la charla con mi abuela yo vivía dentro de sus relatos, padecía y me alegraba. Yo estaba mimetizado en una realidad aparte. ¿Qué es la realidad? ¿Cómo llegan esas historias hasta mi persona?

Debo manifestar, debo decir, así como hay varias versiones escritas y publicadas con apretadas síntesis del Popol Vuh, hay otras de gran belleza poética. Mi primer contacto con estas historias fue a través de la charla. Supongo la existencia de algún mecanismo en mi memoria que guardó muy bien las palabras heredadas y ahora me seducen traerlas al presente. Me llegan palabras, retornan las frases a mi memoria. Me llegan voces desde el pasado, parafraseando a Phillipe Joufard.

Así fuimos educados en nuestras comunidades y en nuestras familias. Nos enseñaron a pensar y a mirar el mundo en forma particular. No se mira y no se escucha a todo el mundo de igual forma. Desde nuestras perspectivas y tiempos históricos decimos y escribimos pero seguimos heredando lecturas y oralidades.

Sin embargo, la vida es un río que cambia constantemente toda el agua que lleva pero el cauce es el mismo. No se mueve aparentemente. Mi abuela fue depositaria de una memoria oral y creó su versión de lo escuchado. En realidad ella fue parte de una cadena de tradición quien utilizó como vehiculo a la oralidad. En otras palabras, estamos ante la tradición oral.

Lo que llamé “acciones testimoniales” son actividades que las crónicas remiten directamente al autor quien da fe de los acontecimientos. Ejemplo de ello son los testimonios de gente que afirma que ha visto a cuatro personas, los encantados, en varias las cuevas de Chiapas. Incluso se dice que algunos abuelos en la actualidad tienen dinero porque entraron a cuevas, al inframundo, en donde les dieron riquezas. Ellos, los que están debajo de la tierra, conceden dones pero a cambio de un sacrificio, de entregar el alma.

Fui invitado a conocer a los encantados. Debo decir que pasé varias pruebas. En mi sueño fui visitado por unos ancianos quienes en silencio llegaron y se acomodaron a mi lado. Ahí permanecieron durante mucho tiempo. No lo sé con exactitud. Después, de entre sus ropas sacaron un bulto pequeño. Lo abrieron. Era algo parecido a duraznos encendidos por el sol y la luna. Comí y comí. Sonrieron y ya ven, se me permite recordar. ¿No se habrá creado de esta forma el Popol Vuh, a través del sueño?

Lo que he venido escribiendo y diciendo proviene del supuesto de Jan Vansina quien dice: "Las tradiciones orales son todos los testimonios orales, narrados, concernientes al pasado. Sólo comprenden testimonios auriculares; es decir, testimonios que comunican un hecho que no ha sido verificado ni registrado por el mismo testigo, pero que lo ha aprendido de oídas”

Dicen los viejitos “tú eres leído y has aprendido el entendimiento de las letras. Has visto con tus ojos las letras. Nosotros, en cambio, escuchamos los corazones, pulseamos el brazo y sabemos tu historia. A nosotros nos han regalado nuestros mayores el conocimiento de quienes hicieron al mundo y respetaron a la tierra “.

Sigue el gran mar del encantamiento.
Se acerca mi despedida. Hice un breve recorrido aludiendo a las construcciones de la tradición oral y la escritura. Es la misma dinámica cultural quien nos dio y sigue otorgando esas versiones de las palabras antiguas de los padres-madres.

Mi encuentro con los ancianos fue importante. Me cambió la vida. Aquí estoy mirando a la luna tierna de Xelajú. Quiero citar a una escritora tojolabal de Chiapas, a Roselia Jiménez, ella escribe:

Cuando murieron algunos sabios abuelos, los otros decían que no estaban muertos, que vivía en ese lugar hermoso y que ellos lo veían y le decían:
— El abuelo fulano toca el violín; otro abuelo toca el tambor; otro el carrizo. Y siempre están de fiesta ahí, muy contentos. No están muertos. Eso afirmaban los que poseían un don como el de los abuelos. Esto contaban los abuelos de nuestros abuelos o de nuestros tatarabuelos. Sólo ellos vieron y disfrutaron ese mundo fantástico. El Ixk ´inib´ tiene su misterio, un misterio que pudieron descubrir y disfrutar únicamente esos sabios abuelos.

¿Iremos a cantar, danzar, soñar, sonreír a ese lugar verdadero? Solo estamos de paso en esta tierra, está no es la verdadera vida. Iremos al lugar en donde ahora están esos abuelos referidos por doña Roselia, a un gran espacio, un gran mar simbólico de encantamientos.

La despedida.
Aquí dejo mis palabras y mi corazón. Aquí dejo mis ojos y mis manos. Aquí dejo mis sueños y mi cuerpo. Me despido por un momento de este documento y charlaré con ustedes. Después me iré a mirar la luna y las flores, a oler duraznos y manzanas.

Concluyo con una cita del Popol Vuh:
— Nosotros nos vamos a nuestros pueblos y no volveremos. Ya el ajaw de los venados, símbolo de despedida y desaparición, está manifiesto en el cielo. Ya se ajustaron nuestros días, cuiden de sus casas y patria. Volveremos otra vez al lugar de donde venidos.

Dejaron un envoltorio cerrado y cocido. Los cuatro regresaron al oriente, de la otra parte del mar. Ya no se supo más ellos


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