Por Enrique
Hidalgo Mellanes
Cantar del fuego (Coneculta, Conaculta, 2012), es la obra reunida de Uberto Santos
(Chachi, Venustiano Carranza, Chiapas, 1960). Contiene trece poemarios. Sigue
el trazo histórico de la creación. Por lo tanto, el lector percibe el
desarrollo poético de quien escribe y el encuentro con las cosas y los
fenómenos que se presentan.
Esos fenómenos, es decir, todo aquello
que es perceptible, atrapado por las experiencias del poeta se contienen en los
textos. El texto es un recipiente donde la vivencialidad se vierte como un rico
puchero de gallina de rancho o bien como ese cauce donde el agua canta y se
divierte sin importarte que la luna lo observe y se enamore.
Los textos de Uberto siguen tres
grandes líneas poéticas: la sensualidad del fuego, el ritmo del agua y la
quietud de la tierra. La sensualidad del fuego se fundamente en la fuerza con
que es capaz de entrar y seducir a las cosas donde ha estado la vida. Las pasadas
vidas retornan con el crepitar, con el cantar. Ese pequeño ruido como crujir
del fuego en realidad es la voz más intensa y sensual cuando el espíritu decide
percibir el cuerpo del otro.
El fuego lentamente transforma con
caricias toda aquella cosa quien cede su cuerpo para ser otra cosa. El poeta
percibe ese contacto ante su presencia. Esa relación fenoménica se evidencia en
su postura de poética, de manifestación continua. Pareciera ser que el fuego
presentado por Uberto fuera de mucha antigüedad.
Sé que no es el fuego de los griegos ni
es el fuego descubierto por el hombre. Si no es el fuego del rayo, es el fuego
escondido entre las piedras y las montañas. Hacia ese momento de origen invita
la poética de Uberto Santos, el “hijo de la lumbre”. Dice el poeta “si alguien
me tocase, ¡quemo! / si alguien me soplase ¡ardo!” .
La otra línea o surco poético es el
ritmo del agua. Somos sólidos y líquidos. Nuestros cuerpos son más que líquidos.
De ahí esa exquisita comunión con el agua de los ríos, del mar, los arroyos y
la lluvia.
El poeta se asombra ante las
cotidianidades. Nada se presenta dos veces de la misma forma, en el mismo
tiempo, territorio y espacio. El agua no se mueve sin ese espíritu quien la
acompaña. El agua siempre está deseando ser abrazada. Por eso, cuando se
presenta ante el poeta no pide autorización sino simplemente arrebata el
estimulo para incitar a la acción más inmediata: la caricia más excitante, casi
la muerte. Es la pequeña muerte de la ensoñación. El ensoñador escribe que sus
padres fueron los árboles plantados junto al río donde el agua parpadea y
tiembla.
En esa ensoñación, el agua se orienta a
crear su propio movimiento. Es una danza delicada, erótica, sensual. El agua
entrega todo su cuerpo al poeta porque sabe de lo efímero de su presencia. Cada
contacto con la experiencia transforma la mirada del poeta. El agua corresponde
a la seducción y cede ante el encantamiento del poeta.
El poeta Uberto contempla a la tierra. Desde
historia personal está unido al territorio, los días y los años de su vida
poética la perciben como surcos para el maíz donde el arado y la coa viajan con
fuerza para hacer de ella una dama telúrica.
La tierra aparece como depositaria de
los sentimientos ya sean con el paso delicado de la voz hasta el coraje capaz
de hacerla temblar. Uberto muestra su voz de mando, la voz de los hechiceros
antiguos quienes enunciaban acciones y se cumplían. La voz del encantador de
territorios, quienes marcaban fronteras, limites y eran capaces de crear montañas y transformase en tapir,
tlacuache o viento.
Sobre la tierra la voz poética recuerda
que algún día tuvo vientres años, una dama, un hijo y un perro que diariamente
le ladraban. Pero también se sabe de la infancia ida cuando jugó con su cuaco
de madera quien relinchaba con gran furia y conquistó muchas veredas y de n gran salto fue capaz de cruzar de montaña a montaña.
Dice la voz del fuego:
Nací en chachi, al margen del río
grande. De niño conviví con las iguanas, con las culebras, con los perros del
agua. Todos los días trepaba al cerro del Ishcán y disfrutaba el canto de las
pavas, barullo de pericos era nuestra casa. Parvadas de perdices rondaban por los patios. (Santos, 2012:87)
Me pregunto: ¿solo puedo encontrar tres
surcos poéticos en la obra reunida de Uberto Santos? Por lo pronto y para esta
internalización primera, si. Supongo que
para otros lectores se pueden encontrar con las figuras construidas por el
atrevimiento poético, el asombro que surge de una imagen en una sombra del sol
o de la luna.
Otros lectores, posiblemente alcancen a
escuchar el paso de agua, el calor de fuego, el temblor de tierra y ese rico
aroma desprendiéndose al caminar del arado junto ese sol intenso del mes de
marzo. O bien, en su corazón brotará una rama pequeña de flores encendidas por
el universo del fuego interno, por la poesía.
*Texto
leído el 8 de noviembre de 2012 durante la Muestra del Libro Chiapas –
Centroamérica 2012 llevado a cabo en la Biblioteca Central “Carlos Maciel
Espinosa” de la Universidad Autónoma de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.