por Ricardo Cuéllar Valencia
Colibrí, astilla que vuelas hacia atrás
y te detienes
y en picada avanzas
contra el pecho milenario del perfume:
en tus manos encomiendo
las generaciones todavía plegadas a mi carne,
las llamaradas de nieve en el diamante
y la coraza de súplicas que protege a la ruina
contra el definitivo polvo.
Marco Antonio Montes de Oca
Han dejado de escribir –yacen en el sepulcro del silencio para nuestro dolor y tristeza- poetas y ensayistas mexicanos esenciales de la segunda mitad del siglo XX; aquellos constructores, entre otros, del pensamiento crítico y la poesía moderna: Octavio Paz, Jaime Sabines, Marco Antonio Montes de Oca, Carlos Montemayor y Carlos Monsiváis, a quienes admiramos, queremos y deseamos asimilar inexcusablemente. Auténticos maestros a quienes deberíamos rendirles homenajes por lo menos una vez al año.
La poesía de Octavio Paz es reveladora de nuevas materias poéticas y formas inusitadas, desde las cuales es el lenguaje el que asume la palabra del poema para hablar de sí mismo, de la poesía y de la vida; teoriza y revisa con agudeza crítica la historia de la literatura occidental, sobre todo a partir de la modernidad. Luis Cardoza y Aragón y Octavio Paz son los fundadores, desde México, en lengua española, de una nueva mirada del arte, con evidentes aportes gracias a una crítica y analítica lucida, diferente en muchos puntos, y por ello mismo fundadora de los nuevos senderos para comprender el arte moderno. Leyeron obras, artistas, corrientes, tendencias y movimientos nacidos al calor de las vanguardias europeas e hispanoamericanas y obviamente, sin olvidar el modernismo de Martí, Casals, Chocano, Silva y Darío; y sus raíces profundas del alto romanticismo alemán, inglés, francés, italiano, portugués y español. De todos ellos sobresalen dos movimientos paradigmáticos y decisivos para nuestras letras: los poetas mal llamados malditos y los surrealistas, bretonianos o no.
Cardoza y Aragón y Octavio Paz, en espacios y momentos distintos, son amigos, viven en París, de Bretón, Char, Juove, entre otros de varios países residentes allí o viajeros. Asimilan con creatividad las vanguardias, las piensan y escriben sobre ellas. Desarrollan un pensamiento crítico diferente, renovador, hacen posible que la pintura hable desde su propio lenguaje sumergido y descubrir los diversos lenguajes cifrados en una o varias obras de arte. Paz fue más allá con sus aportaciones ensayísticas gracias a que frecuentó la crítica literaria, histórica y política como ninguno otro lo había logrado en Hispanoamérica.
Jaime Sabines renueva la escritura poética de manera decisiva en una apasionada y feroz lucha contra la metafísica, lo que lo lleva a nombrar de nuevo el cuerpo y las pasiones humanas. Sabines es el gran poeta romántico que deja atrás el lloriqueo del amor para penetrar en las más duras y frescas aguas del deseo vivo en carne y hueso.
La desbordada imaginación de Marco Antonio Montes de Oca oxigena el lenguaje poético, lo potencia con fuerza lumínica.
Montemayor, políglota, traductor de Safo, los goliardos, y de Withman, por ejemplo, es memorable; es el antologador y prologuista esclarecido de la poesía actual de las diferentes lenguas indígenas de México; el ensayista político puntual.
Monsiváis ensayista, periodista, crítico político cotidiano, agudo y esclarecido, constructor de otro lenguaje, como los otros nombrados, que los coloca en el espacio de los pensadores creativos, lúcidos en tanto que acertaron, en buena medida, a plantear y desarrollar desde la crítica y el análisis, es decir, desde la filosofía, la estética, la lingüística, la literatura y la semántica los paradigmas fundamentales, surgidos a fines del siglo XIX y comienzos del XX, entre nosotros hispanoamericanos.
Lo deslumbrante de Octavio Paz para mi fueron dos trabajos de investigación, además de su renovadora poesía, la Apariencia desnuda de Marcel Duchamp y Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. A partir de estas obras pone en escena con autentico deslumbramiento para sus lectores, aún los franceses, el lenguaje cifrado de la desnudes en uno, y las trampas que debió sortear la dama, en su momento. La biografía de Juana Inés, si se me permite llamarla así, es un modelo de investigación en la historia de la cultura, desde todas las miradas posibles revisa la vida y obra de la poeta con revelaciones que continúan dando qué pensar a los nuevos investigadores. La propuesta pictórica de Duchamp lleva al poeta a la reflexión filosófica en torno especialmente al concepto de tiempo, redefiniendo sus acepciones, entre otros asuntos. La analítica filosófica pasziana toca las ventanas de la poesía y las puertas de la historia. Se detiene. Contempla. Escribe pensando como un chorro de luz sin drenaje, al decir de Keats, sobre la poesía. Dilucida, redefine, polemiza con una fina y sabia pluma. Como bien dijo Gabriel García Márquez al enterarse del fallecimiento de Paz: se ha cerrado un chorro de luz que me ilumina.
Monsiváis con sus indagaciones en la vida cotidiana, en los recovecos de la política y la historia, en los zaguanes de ciertas vidas íntimas como las de Frida y Owen, la música popular mexicana y los entramados del lenguaje citadino, en fin, el cronista y polemista que nos arroyaba con sus saberes y decires escriturales. La última vez que vino a Chiapas fue para leer una conferencia, en el Teatro de la Ciudad, sobre la poesía de Jaime Sabines, excelente, una de las mejores que conozco. Lo saludé. Al observarlo de cerca me impactó como el trabajo del paso de los años deteriora en cuerpo y los gestos de los seres humanos. En condiciones similares me anonadó ver a Carlos Fuentes hace tres años y sobre todo a Álvaro Mutis, al poeta de la estética del deterioro.
Carlos Montemayor estaba en edad de vivir muchos años más. Una trampa venenosa cerró para siempre sus labios.
Como no recordar con dolor los fallecimientos de dos narradores con brillo propio, Miguel Delibes, hijo entrañable de la bella Valladolid, a quien saludé en su casa una tarde de un sábado de abril en 2006; narrador del alma castellana. Y el esplendido escritor portugués José Saramago. El Ensayo sobre la ceguera es una novela capital en la literatura moderna y contemporánea, en la que ciertos recursos de la narrativa de los siglos XIX y XX son conjugados con creatividad y soberbia sabiduría para poner en escena nuestra manera de vivir en el presente.
Un escritor no muere definitivamente. Es saludable volver sobre sus obras para reanimar el diálogo y sobre todo parta volverlos a escuchar. Pero, inexorablemente, los que se van nos dejan, de nuevo, huérfanos.