EL ARBOLARIO Y LOS TUZANTECOS DE WILBER SÁNCHEZ ORTÍZ.

Por Enrique Hidalgo Mellanes
mellanes509@hotmail.com

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Wilber Sánchez Ortiz es originario de Ixmalapa- Xicontepec, Tuzantán, Chiapas. Autor del libro Arbolario editado por el Coneculta Chiapas en el 2009. Además ha recibido en dos ocasiones los apoyos del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico, PECDA, del Conaculta y Coneculta Chiapas. Decidí charlar con Wilber sobre su libro ya publicado y de otro que tiene inédito. La publicación Arbolario contiene relatos fantásticos y de divertimento, aforismo y greguería, y en medio una emergente voz literaria que con originalidad y buen tino entrecruza emotividad, humor e ironía.

Arbolario
Coincide usted en la narrativa tanto en su libro Arbolario, producto del PECDA 2007 y en su proyecto concluido, “Tuzantecos”, Pecda 2009. ¿Qué le seduce de la narrativa? , ¿a quienes admira?
Arbolario y Los tuzantecos son propuestas escriturales de índole diferente. El primero es un libro de varia invención con predominancia de la narrativa. Los tuzantecos es un conjunto de ensayos de este grupo étnico del que formo parte, sin embargo creo que en estos dos libros y en uno más que acabo de concluir y que lleva por título La danza de los arlequines se va delineando mi estilo de escritura.
De la narrativa me seduce la capacidad de contar una historia sin detenernos a pensar en que momento abandonamos la realidad para penetrar a la ficción y viceversa, en ello radica la magia del oficio. Soy narrador desde mis primeros años de vida por que formo parte de un pueblo de narradores. De niño solía contar historias como la del mico, un terrorífico ser de las selvas de Soconusco que la imaginación de un grupo de niños creó y que yo terminé por redondear: dado que estudiaba la primaria en una escuela rural, cada vez que salíamos al recreo los estudiantes nos internábamos en los huertos de los vecinos a robar frutas: cacao, naranjas, mangos, mandarinas, caña de azúcar. Cierta ocasión en que bajábamos mandarinas, trepados en un árbol, el chico más grande de la clase llegó hasta nosotros y nos preguntó:



— ¿Qué hacen aquí a estas horas? después, afirmó:



— Se les va a aparecer el mico.



Ninguno de nosotros sabía lo que era un mico, lo cierto es que alguna voz anónima gritó:



— ¡Ahí viene el mico!



Por ello todos bajamos a como pudimos del árbol y partimos asustados hacia la escuela donde contamos del engendro que se nos había aparecido y del que todos rieron, excepto una compañera a quien le di más detalles diciéndole que el mico era un hombre con alas (tal y como el águila solitaria de las revistas) quien al vernos emprendió el vuelo.
De ahí la historia cobró tal importancia que para la tarde los hombres de la comunidad, armados de palos y machetes, llegaron a la casa a pedirme que les describiera el monstruo y que les señalara el sitio en que se apareció y en el que después lo buscamos, convencido como estaba yo mismo de dicha quimera.
La causa de toda esa imaginación la tienen mis genes: en la familia hemos coincidido parientes hasta de tercer grado con interés por la lectura. Sin embargo, la pobreza, el hacinamiento, la escasa política cultural los ha hecho olvidar estos menesteres y sólo yo siga de necio.
Mi madre nos convocaba todas las noches a mis hermanos y a mí a escuchar historias que ella había aprendido de su padre, y mi abuelo de su madre, todo esto alrededor de la luz de un candil en un medio rural sin energía eléctrica, sin televisión... y sin libros.
Más tarde descubrí que los tuzantecos son narradores natos y que yo estaba inmerso en un mundo sustentado por la tradición oral.
Respecto a los autores que admiro puedo afirmar que si esta entrevista se hubiera iniciado con la pregunta ¿Crees en Dios? Yo hubiera respondido:
— Sí. Su nombre es Juan José Arreola.
Y me atrevería a agregar a un séquito de querubines: Torri, Gardea, Elizondo, Pacheco, Del Paso, Montemayor -cuya muerte me ha dolido muchísimo por que pudimos aprenderle y disfrutarle mucho más-.
Quiero de modo especial a Ignacio Manuel Altamirano por que mi primera lectura se debe a un descubrimiento fortuito de El zarco y La Navidad en las Montañas en una casa abandonada.
Pienso que Aquilón Frías y Soto debe ser redescubierto así como Ángel de Campo, José María de la Roa Bárcenas y el mismísimo Emilio Rabasa.

El título de su libro, Arbolario publicado por el Coneculta en el 2009, indica su atracción hacia la botánica. ¿Cómo construyó o escribió esta publicación?
Es claro que ser habitante de la selva –o de lo que queda de la selva- me llevó a quererla de un modo sustancial.
En casa vivíamos rodeados por árboles por lo que mis recuerdos son verdes. Esa experiencia de toda mi vida, más mi interés académico por la taxonomía botánica y mi atracción por los bestiarios fue creando la necesidad de escribir Arbolario, cuya mayoría de textos se origina en la observación directa y en preguntarme ¿Qué escribo de él?

Platíqueme sus convivencias literarias con los escritores Marco Aurelio Carballo y Arturo Arredondo.
Con Carballo he convivido más. Una vez concluidas las sesiones del taller acudíamos a la Mesa Redonda, una cantina con ínfulas de centro cultural en Tapachula. Entonces yo estudiaba la universidad y mi escasez de dinero hacía que el maestro pagara la ronda que me correspondía. Por ello no acudí a dicha cantina con la frecuencia que me hubiera gustado. Creo que ahí se aprendía lo mejor de la clase.
Estoy afirmando, pues, que Carballo es generoso. Tanto que hasta la fecha se mantiene en constante comunicación con nosotros, sus alumnos, a quienes nos envía textos de narrativa universal y está siempre abierto a leer nuestro trabajo y comentarlo.
Con Arredondo he convivido un poco menos. Incluso, acudí a su taller no más de cinco ocasiones, pero me parece que su amistad y su conocimiento han sido fundamentales en mi formación; a través del correo electrónico Arredondo hace observaciones a mi obra por lo que el taller continúa. Su Gozoología mayor desde mi punto de vista es uno de los libros fundamentales de la narrativa en Chiapas, con un sitio decoroso en la literatura nacional.



Tuzantecos
¿Qué hay en el municipio de Tuzantán? ¿Cómo son los tuzantecos?
En el pueblo de Tuzantán y en algunas comunidades aledañas están los últimos hablantes del tuzanteco o qatook‘. Durante muchos años se creyó que los mames y los tuzantecos éramos uno mismo, pero las investigaciones de Otto Schumann dieron cuenta del error. Después, se dijo que éramos mochós, pero el mismo Schumann considera que somos un grupo étnico diferente por los grados de diferenciación en la lengua que hoy sólo hablan menos de 100 personas mayores de 60 años.
En la actualidad existe un movimiento social -que encabezo- con el que se ha logrado que los mismos indígenas impartan clases de qatook‘ y den vigor a la tradición oral a través de festivales y del trabajo artístico.
Se pretende crear el museo tuzanteco. Ha sido un trabajo arduo y la ambigüedad en las respuestas de las autoridades no nos permite saber si conseguiremos la creación del museo este año o debemos continuar trabajando para conseguirlo. Por lo pronto tenemos logros como el rescate del pash pash, un deporte que se juega con una pelota de hojas de maíz y del que hacía más de 50 años ya no se tenía noticias, pero con él que algunos miembros de las generaciones más jóvenes ya hemos jugado.



Charlemos sobre su experiencia literaria y vital al escribir su hoy libro inédito, Tuzantecos.
Tenía la idea de que Los tuzantecos era un libro que yo escribiría en poco tiempo, pues dispongo de un cúmulo de información oral y bibliográfica amplio. Sin embargo, los resultados obtenidos hasta el momento de culminar el proyecto no son, en virtud de mi compromiso estético, satisfactorios. Por ello, lo dejé descansar un tiempo y apenas en el transcurso de esta semana dispongo de una estructura que me resulta interesante y que me tiene emocionado. Es la misma información, pero contada de un modo diferente, con un análisis diferente a como lo había venido planteando.
Ahora pretendo abordar temas que parecieran tan sencillos como la estatua de Morelos, la única escultura pública que tenemos en todo Tuzantán y que me servirá de pretexto para narrar la historia de nosotros. Otro ejemplo es El rincón del vago, una cantinita que tuvo que cambiar de nombre por que la sugerencia del mismo resultó ser un atentado a las buenas costumbres del pueblo.
Para llegar a este planteamiento he tenido que reflexionar ciertas lecturas como La Colmena de Camilo José Cela, El Callejón de los Milagros de Naguib Mahfuz, El poema del Cante Jondo de García Lorca, Estambul de Orhan Pamuk, Una niña de Chimel de Rigoberta Menchú y Dante Liano, pero ante todo, y de aquí deriva esta especie de despertar: La comedia urbana de Enrique González Rojo.
Desde los primeros poemas este último libro pareció sugerirme la ruta, por lo que estoy ebrio de emoción por dicha lectura que descubrí gratuitamente en la red.



¿Qué ganó usted con el Programa de Estímulo para la Creación y Desarrollo Artístico en dos ocasiones con una año de diferencia? ¿Qué opina usted del PECDA?
Uno de los grandes logros de ser becario PECDA es el de haberme puesto en contacto con algunos miembros de la comunidad artística de Chiapas. Una simple conversación con figuras como Roberto Rico, Eduardo Hidalgo o Ruiz Pascacio hacen este mundo más disfrutable. Que alguien te presente a Eraclio Zepeda y que este te dedique algún tiempo es algo que se agradece.
El que puedas comprar un libro sin tener remordimientos de conciencia por haberte gastado el dinero con el que comprarías la leche para el crío es de las grandes aportaciones. Materialista si se quiere, pero real.
Sin el PECDA no hubiera hecho una amistad maravillosa con Gabriel Hernández, el asesor asignado para la escritura de Arbolario.