Por: Enrique Hidalgo Mellanes
mellanes509@hotmail.com
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En 1986, a las seis con cinco minutos del mes de octubre, en uno de los pisos del edificio Maciel, Ricardo Cuellar Valencia ingresó para darnos clases en una de las aulas de la licenciatura en letras latinoamericanas, en la UNACH. Ese día él nos impartió el seminario de sociología de la literatura. Mi entonces grupo de licenciatura guardó silencio. Lo escuchamos y nos maravilló su discurso analítico y poético.
Por ese año, el hoy doctor Cuellar Valencia dirigía el departamento de literatura de la Facultad de Humanidades. En ese espacio, hoy extinto de la actual licenciatura en lengua y literatura hispanoamericanas, era punto de reunión de narradores, poetas, ensayista, pintores y dramaturgos. Ahí charlábamos, ahí era la continuación de nuestras sesiones académicas. Ahí investigué y ahí conocí a muchos escritores.
Fui su alumno. Ahora soy parte del mismo ejercicio académico y literario formado bajo la disciplina universitaria y ese rigor de investigación que el doctor Cuéllar nos enseñó con su ejemplo.
Hoy me atrevo a mirar y sentir su reciente libro Ojos dorados del cuerpo, editado en la colección Viernes de Poesía de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, su país de origen.
La publicación aludida se integra por ocho poemas: Deidades, El saber de los sentidos, He aquí el cuerpo antiguo de los mayas, Confesiones, ¡Ay el cuerpo!, El verbo se hizo carne y habitó la vida, El cuerpo piensa el cuerpo y Ojos dorados del cuerpo
Percibo tres líneas poéticas: el asombro del cuerpo, la seducción del cuerpo del otro y la sensualidad de la observación hacia el cuerpo en sí.
El cuerpo significa universo, esa extraña unidad de muchas cosas y actividades reunidas en aparentes bordes, a los cuales les llamamos cabeza, tronco y extremidades. El cuerpo se contiene, se regula y tiene la posibilidad de sentirse a si misma y asombrarse en el sueño. El cuerpo asombrado, sin sombra, descubierto; el cuerpo iluminado se presenta como la única identidad y una extensión del ser.
Pienso que el cuerpo aludido, nombrado por el doctor Cuéllar Valencia es el cuerpo asombrado. Y que el poeta decide que nos fijemos en los ojos dorados. Pero los ojos son solo aberturas, entradas a la intimidad. Los ojos pueden ser verdes, negros, violetas o dorados. El dorado nos lleva a pensar en el oro y a la posibilidad que esos ojos han sido tocados por la luz del sol. O bien son los ojos privilegiados por algún hechizo o conjuro y que le han atribuido la única posibilidad de ser auténticos y reveladores.
La revelación es asombro. El ojo es el instrumento de la revelación y del asombro. El ojo quita el velo y la sombra del ser. El ser es un travieso que juega a ponerse diversos ropajes y diversas sombras. El ojo asombrado y revelado propone otra posibilidad de interiorizarse en las manifestaciones de lo cotidiano y extraordinario. El libro Ojos dorados del cuerpo propone para ser omnisciente y omnipresente, es quien ha mirado antes que nosotros. Es la sensación de entender al otro. Lo que escuchamos, vemos, olemos, tocamos o leemos son alteralidades, la visión de alguien que no transgrede sino que propone desde la parte ética, desde ese algo similar al ágora, la polis griega, los lugares en donde las participaciones son respetadas.
En la primera parte de una entrevista publicada en el blog de Semiótica y discurso que coordina Isaac Castillo, en la Facultad de Humanidades, de la UNACH, el dr. Cuellar Valencia me dijo “Mi poesía parte esencialmente de una muy definida poética del cuerpo. Escribo desde el conocimiento de los sentidos del cuerpo. Y creo que es desde allí como es posible encontrar mi forma y sentido de la escritura poética y también en el ensayo.”
El citado libro anuncia las lecturas del autor, da testimonio de su formación lectora y hasta cierto punto, sus preferencias literarias. Se aluden a los Cantares de Dzibalché ,registros de la colonia en México, además que nombra a William Blake, Walt Whitman, Novalis, Nerval, , Baudelaire, Rimbaud, Höldelin, Sabines, Marqués de Sade y Antonin Artaud.
La voz poética del doctor Cuellar propone: “Solo el cuerpo es sabio en la escritura del sueño/ En la imaginación a flor de piel del instante”. Pienso en el transito intenso de entre la vigilia y el sueño. No olvido al sueño porque es ahí en donde existen las revelaciones poéticas. En el sueño se construyen imágenes de los discursos con cargas poéticas, de asombro y enigmas. No olvido que desde lejos percibo la presencia de ciertos rastros de “La consagración del instante” de El arco y la lira, de Octavio Paz.
“Y designan al cuerpo como una casa del saber”, dice la escritura poéticas. ¿Quiénes designan al cuerpo como una casa del saber? Confieso que tengo muchas preguntas con ese verso. Por ejemplo: ¿bajo que criterios se señala y signa al cuerpo? Mas allá de la apariencia física ¿Qué signos interiores están en constantes movimientos?
El verso anterior presenta un espacio cerrado. En otro poema, el cuerpo cede una parte de su interioridad. El cuerpo obsequia al mundo, a los otros, una insinuación de ese “algo” oculto, ese misterio. Cito: “El placer del cuerpo emerge/ Como una flama pecaminosa y real”. El poeta nombra ese algo como placer y lo configura como flama con características de pecaminosa y real. El placer como transgresión ante la otredad pero real, perceptible, manifestable, calurosa y en constante movimiento ante la combustión. Alude a la capacidad corporal de encenderse y consumirse.
El fuego es una forma de comunicación corporal. La voz poética confiesa que habla, la comunicación es de la sensibilidad, atrevimiento y contemplación. Lo que se mira y escucha, el otro lo contempla, medita ante el cuerpo presente e invocado. De ahí que, cito, “El cuerpo habla y se escucha en silencio/ Y lo va cubriendo el deseo sin más” , “El silencio era dolor/ Y ahora empieza a ser parte de la voz de la calma” y “El silencio es palabra profunda del cuerpo”
La voz poética manifiesta “Los cielos de mi cuerpo nacen como un árbol/ Y llegan a ser frondas paradisíacas”. Llama la atención la pluralización del cielo. No hay un cielo sino muchos cielos en un mismo cuerpo. Todo indica que cada cielo presenta características y propiedades distinguibles. Esos cielos posiblemente estén construidos por asombros, por esos hallazgos de los placeres más intensos. El cuerpo humano es un árbol
Pienso que uno de esos cielos del cuerpo es el deseo extendiendo sus ropajes como una sombra de la fronda extendida. La voz del poeta declara “El Deseo es un saber soberano/ A veces meticuloso, perverso y mortal”. Y agrega, “El Deseo digo es perfección del cuerpo/ Máquina creadora de verdad”. El poeta lo escribió, el cuerpo es una máquina creadora de verdad y una casa del saber. Y ya no sigo mas porque son las tres veinticinco de la mañana de un día jueves y percibo el aroma intenso del oporto cerca de mi nariz.
Por ese año, el hoy doctor Cuellar Valencia dirigía el departamento de literatura de la Facultad de Humanidades. En ese espacio, hoy extinto de la actual licenciatura en lengua y literatura hispanoamericanas, era punto de reunión de narradores, poetas, ensayista, pintores y dramaturgos. Ahí charlábamos, ahí era la continuación de nuestras sesiones académicas. Ahí investigué y ahí conocí a muchos escritores.
Fui su alumno. Ahora soy parte del mismo ejercicio académico y literario formado bajo la disciplina universitaria y ese rigor de investigación que el doctor Cuéllar nos enseñó con su ejemplo.
Hoy me atrevo a mirar y sentir su reciente libro Ojos dorados del cuerpo, editado en la colección Viernes de Poesía de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, su país de origen.
La publicación aludida se integra por ocho poemas: Deidades, El saber de los sentidos, He aquí el cuerpo antiguo de los mayas, Confesiones, ¡Ay el cuerpo!, El verbo se hizo carne y habitó la vida, El cuerpo piensa el cuerpo y Ojos dorados del cuerpo
Percibo tres líneas poéticas: el asombro del cuerpo, la seducción del cuerpo del otro y la sensualidad de la observación hacia el cuerpo en sí.
El cuerpo significa universo, esa extraña unidad de muchas cosas y actividades reunidas en aparentes bordes, a los cuales les llamamos cabeza, tronco y extremidades. El cuerpo se contiene, se regula y tiene la posibilidad de sentirse a si misma y asombrarse en el sueño. El cuerpo asombrado, sin sombra, descubierto; el cuerpo iluminado se presenta como la única identidad y una extensión del ser.
Pienso que el cuerpo aludido, nombrado por el doctor Cuéllar Valencia es el cuerpo asombrado. Y que el poeta decide que nos fijemos en los ojos dorados. Pero los ojos son solo aberturas, entradas a la intimidad. Los ojos pueden ser verdes, negros, violetas o dorados. El dorado nos lleva a pensar en el oro y a la posibilidad que esos ojos han sido tocados por la luz del sol. O bien son los ojos privilegiados por algún hechizo o conjuro y que le han atribuido la única posibilidad de ser auténticos y reveladores.
La revelación es asombro. El ojo es el instrumento de la revelación y del asombro. El ojo quita el velo y la sombra del ser. El ser es un travieso que juega a ponerse diversos ropajes y diversas sombras. El ojo asombrado y revelado propone otra posibilidad de interiorizarse en las manifestaciones de lo cotidiano y extraordinario. El libro Ojos dorados del cuerpo propone para ser omnisciente y omnipresente, es quien ha mirado antes que nosotros. Es la sensación de entender al otro. Lo que escuchamos, vemos, olemos, tocamos o leemos son alteralidades, la visión de alguien que no transgrede sino que propone desde la parte ética, desde ese algo similar al ágora, la polis griega, los lugares en donde las participaciones son respetadas.
En la primera parte de una entrevista publicada en el blog de Semiótica y discurso que coordina Isaac Castillo, en la Facultad de Humanidades, de la UNACH, el dr. Cuellar Valencia me dijo “Mi poesía parte esencialmente de una muy definida poética del cuerpo. Escribo desde el conocimiento de los sentidos del cuerpo. Y creo que es desde allí como es posible encontrar mi forma y sentido de la escritura poética y también en el ensayo.”
El citado libro anuncia las lecturas del autor, da testimonio de su formación lectora y hasta cierto punto, sus preferencias literarias. Se aluden a los Cantares de Dzibalché ,registros de la colonia en México, además que nombra a William Blake, Walt Whitman, Novalis, Nerval, , Baudelaire, Rimbaud, Höldelin, Sabines, Marqués de Sade y Antonin Artaud.
La voz poética del doctor Cuellar propone: “Solo el cuerpo es sabio en la escritura del sueño/ En la imaginación a flor de piel del instante”. Pienso en el transito intenso de entre la vigilia y el sueño. No olvido al sueño porque es ahí en donde existen las revelaciones poéticas. En el sueño se construyen imágenes de los discursos con cargas poéticas, de asombro y enigmas. No olvido que desde lejos percibo la presencia de ciertos rastros de “La consagración del instante” de El arco y la lira, de Octavio Paz.
“Y designan al cuerpo como una casa del saber”, dice la escritura poéticas. ¿Quiénes designan al cuerpo como una casa del saber? Confieso que tengo muchas preguntas con ese verso. Por ejemplo: ¿bajo que criterios se señala y signa al cuerpo? Mas allá de la apariencia física ¿Qué signos interiores están en constantes movimientos?
El verso anterior presenta un espacio cerrado. En otro poema, el cuerpo cede una parte de su interioridad. El cuerpo obsequia al mundo, a los otros, una insinuación de ese “algo” oculto, ese misterio. Cito: “El placer del cuerpo emerge/ Como una flama pecaminosa y real”. El poeta nombra ese algo como placer y lo configura como flama con características de pecaminosa y real. El placer como transgresión ante la otredad pero real, perceptible, manifestable, calurosa y en constante movimiento ante la combustión. Alude a la capacidad corporal de encenderse y consumirse.
El fuego es una forma de comunicación corporal. La voz poética confiesa que habla, la comunicación es de la sensibilidad, atrevimiento y contemplación. Lo que se mira y escucha, el otro lo contempla, medita ante el cuerpo presente e invocado. De ahí que, cito, “El cuerpo habla y se escucha en silencio/ Y lo va cubriendo el deseo sin más” , “El silencio era dolor/ Y ahora empieza a ser parte de la voz de la calma” y “El silencio es palabra profunda del cuerpo”
La voz poética manifiesta “Los cielos de mi cuerpo nacen como un árbol/ Y llegan a ser frondas paradisíacas”. Llama la atención la pluralización del cielo. No hay un cielo sino muchos cielos en un mismo cuerpo. Todo indica que cada cielo presenta características y propiedades distinguibles. Esos cielos posiblemente estén construidos por asombros, por esos hallazgos de los placeres más intensos. El cuerpo humano es un árbol
Pienso que uno de esos cielos del cuerpo es el deseo extendiendo sus ropajes como una sombra de la fronda extendida. La voz del poeta declara “El Deseo es un saber soberano/ A veces meticuloso, perverso y mortal”. Y agrega, “El Deseo digo es perfección del cuerpo/ Máquina creadora de verdad”. El poeta lo escribió, el cuerpo es una máquina creadora de verdad y una casa del saber. Y ya no sigo mas porque son las tres veinticinco de la mañana de un día jueves y percibo el aroma intenso del oporto cerca de mi nariz.