EL MAGO GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: NOTA PARA CELEBRAR SUS OCHENTA Y CINCO AÑOS DE VIDA

Por: Ricardo Cuéllar Valencia


Este poeta de la prosa, en Colombia, no nació solo. En estricto sentido Colombia en la segunda mitad del siglo XX dio al universo de la cultura cuatro creadores de talla universal: Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Alejandro Obregón y Fernando Botero. Dos poetas y dos pintores. Botero desde la plástica y la escultura ha logrado una obra que ha sabido leer la tradición occidental, sobre todo las de los Siglos de Oro español, también el cuatrochento italiano, en especial. Su crítica cifrada en figuras obesas,  desde el humor y la ironía a la vida social, a los poderes de la iglesia y de los militares-dictadores es de una reveladora y aguda claridad humana. La obra de Obregón es menos conocida, en general, aunque los amigos de la pintura si lo identifican y encomian. Más cargada de simbolismos trágicos y de una fuerza plástica expresiva, diría, contundente, penetrante, demoledora. Y, obvio, la obra de Mutis es reconocida en Europa, Estados Unidos y en Hispanoamérica como una de las voces mayores de la poesía moderna. Sólo se nos ha ido Obregón. Los cuatro, durante su trayectoria creadora, desde jóvenes, establecieron lazos de amistad. Obregón aparece en novelas de Gabo y  Mutis. En Bogotá, en el Museo Nacional, existe una sala, al lado de otra de Botero, dedicada a su obra y varios libros  han sido editados en España  e Hispanoamérica en los que se estudia sus aportes a la plástica continental y universal.
Pero es Gabo el motivo de estas líneas. No hay colombiano que se haya perdido la lectura  de varias o de todas las obras de este escritor. Recuerdo que muchachas del servicio doméstico, vendedores de periódicos, empleados públicos, lustradores de botas, sastres, carpinteros, desempleados, profesionales de todas las disciplinas y ciencias, profesores universitarios, políticos y periodistas han encontrado en sus lecturas de los cuentos y novelas un regocijo humano sobrecogedor, un placer pleno asombros y maravillas al detectar en una u otra obra a quien ha sabido contar sucesos, hechos, historias de nuestras vidas, reales e imaginarias, con  un exquisito manejo de la palabra llamada paradójicamente realismo mágico. Pero no es sólo la obra literaria  con lo que ha seducido a sus lectores este hombre sin par, un auténtico mago, de nuestro tiempo. Dos aspectos deseo, ahora, destacar, su irrenunciable crítica a los poderes y la defensa de los derechos humanos, por un lado y por otro sus aportes al periodismo desde la literatura y a  la literatura desde el periodismo.
A partir del siglo XIX las artes y las literaturas, en prosa y verso, el ensayo y el teatro romántico,  realista o naturalista, simbolista o vanguardista pusieron los ojos en los asuntos humanos, sociales y políticos, ideológicos, éticos y estéticos. En todo. Desde allí nace la literatura como una crítica a la vida en sociedad. Los movimientos de vanguardia del siglo XX retoman y asumen ese legado. Es el punto de partida de todas las literaturas y las artes modernas. En medio de esos espacios nace García Márquez, alimentado, por supuesto, del estudio de los Siglos de Oro español  (sabe de memoria muchos textos de sus grandes poetas), los maestros del Renacimiento (Dante, Petrarca, Bocaccio y los pintores) hasta los clásicos latinos y griegos. Su obra lo revela. El maestro trágico del teatro griego, Sófocles, está presente en Crónica de una muerte anunciada; ciertas técnicas narrativas de Cervantes aparecen, por ejemplo, en Cien años de soledad y  El general en su laberinto. En el Otoño del patriarca encuentra el lector versos enteros de Rubén Darío, el gran reformador, desde Hispanoamérica,  de la lengua castellana. Memoria de mis putas tristes es un homenaje a la música clásica romántica, particularmente, del siglo XIX. La obra de Juan Rulfo,  lo  marcó decididamente, lo ha contado.  De suerte que la escritura de Gabo no es sólo  el resultado de la imaginación caribeña colombiana dado que está poblada de ecos y resonancias de muchas literaturas, especialmente de Kafka, de Hemingway y Faulkner y por el resto de los escritores del sur de Estados Unidos, como bien lo han señalado distintos especialistas de todos los continentes al estudiar su obra.
La vida del niño, además de sus asombros y de las  revelaciones contadas por la abuela y otras mujeres, la propia del pasado histórico la conoció por los relatos del abuelo que le enseñaron, por ejemplo, dos cosas claves: las guerras civiles que estúpidamente ensangrentaron inmensas zonas de Colombia y la llamada Masacre de las bananeras.  Esos asuntos ocupan buena parte de su obra narrativa. Desde allí, desde la comprensión de esas historias y de lo vivido en Bogotá, a partir del conocido Bogotazo (el asesinato el 9 de abril de 1948 del candidato liberal independiente a la presidencia, Jorge Eliecer Gaitán, que provocó un levantamiento popular espontáneo), el escritor asumió una conciencia crítica de la cual jamás se ha alejado y  se apropió de su escritura  en todos los géneros literarios que ha frecuentado.
 La ética de GGM es impecable. Un día en reunión urgente el consejo de ministros, cuando gobernaba el país Alfonso López Michelsen, el ministro de guerra dijo que iba a detener a GGM por ser un supuesto “colaborador” del M-19. Terminada la reunión su amigo y antes su profesor de derecho en la Universidad Nacional de Bogotá, el entonces presidente de la república,  lo llamó por teléfono para anunciarle la decisión del militar. Gabo salió inmediatamente y se refugió en la embajada de México y regresó a casa. Pocos días después publicó en Proceso una nota explicando sus actos y denostando la actitud de sus perseguidores. En esa ocasión  su amigo entrañable, monarquista y gibelino, Álvaro Mutis, hizo un comentario en el que resaltaba la excelsa condición ética del escritor. Al encontrarlo un día  en un evento público en la ciudad de México, en Bellas Artes, y comentar el asunto me digo: hombre, Ricardo, todo colombiano debe de llevar en el bolsillo ese texto de Gabo. Es una sabia defensa de la dignidad humana.
Uno de los aportes del alquimista, creador del encantado Macondo, a la literatura tiene un juego muy especial. Resulta que desde muy joven se inició como lector de literatura. Cuando llega al periodismo es un muchacho culto. Las colaboraciones que empieza a escribir, a partir de las noticias que debía comentar las convierte en relatos o crónicas que parecen reales; sus lectores, seducidos e hipnotizados, empiezan a ser naturales cautivos para convertirsen en decididos  devotos lectores del mago de Aracataca. La literatura la empezó a poner al servicio del periodismo. Y luego en las novelas  introduce técnicas periodistas que resultan sorprendentes, incluso desde los títulos. Recordemos: Crónica de una muerte anunciada, Noticia de un secuestro, lo que lo instala no sólo como un gran narrador, sino y sobre todo como un renovador de los dos géneros. Desde Relato de un náufrago, trabajo que apareció como el resultado de una entrevista con un  náufrago real en  el mar Atlántico se convierte en un relato poético de extremo dramatismo. En fin.
Muchas cosas más podríamos comentar del maestro Gabo. Basten estas palabras para celebrar sus 85 años de vida. Un abrazo al amigo. En dos partes daremos a conocer su discurso leído cuando recibió el Premio Nobel de literatura el 1982: La soledad de América Latina.
Cien años de soledad -traducida a casi todas las lenguas de la tierra-  estará en la web, por 5,99 euros (7,8 dólares), en la editorial digital Leer-e (www.leer.es) en colaboración con Ramdom House Mondadori, que tiene los derechos en papel.