FENOMENOLOGÍA DEL LENGUAJE. PRIMERAS ARMAS.

Derly Recinos de León
-Primera entrega de tres-



Gramática de la vigilia.
La primera vigilia del hombre en su horizonte intelectual es la muerte, esa eventualidad pasiona su estado inanímico y lo conduce, a través del enfático tono de su angustia, a la extrema condición poética que lo llevará a transgredir el mundo.1 El tránsito hacia la vida parte de un abandono de la muerte- y de un reconocimiento de ésta como perfil de futuro, se ocupa la muerte como fuente si es anterior o como destino si es posterior -, entendida la muerte como la no presencia, sin que la no presencia necesariamente se una a la imposibilidad, sino al no haberse aún hecho presente, “el campo de presencia puede ser ocupado no sólo por las cosas del mundo sino también por otros sujetos, lo cual quiere decir que con anterioridad a la captación inteligible del otro hay ya una experiencia sensible de su presencia”(Filinich, 2004:71). Hegel insistió en plantear el “no ser”, vinculándolo a la temporalidad, desde la cual explica la presencia como pasado en cuanto a lo que ya no es, y como futuro en cuanto a lo que aún no es, en esta perspectiva el sujeto es memoria y posibilidad. Existe una latencia, una viabilidad que no se elimina por el simple hecho de la ausencia, al contrario, germina en ella. La muerte es una afonía desde donde iniciará el sonido. Es el primer duelo que une al hombre a su primer silencio, el original, incluso, el primero que lo arriesga a vivir. Un silencio en el que todo emerge: el nacimiento. Muertes que donan vigilias y silencios que se pronuncian convocan los itinerarios por donde habrá de cruzar la biografía particular y la colectiva. Cómo hacer la historia sino a través de las múltiples muertes y cómo extender las voces sino a través del silencio.

El grito, señal de presencia o desesperada divulgación de la renuncia, es la versión arcaica de lo que posteriormente confeccionará como arma cardinal del pensamiento, el lenguaje. El llamado material hecho sonido es el primer trazo de la residencia, es la forma primitiva de la enunciación, muestra, en palabras de Raúl Dorra (2003), “la herida y lo herido”; y si ubicamos nuestra atención al contacto inicial del hombre con el mundo descubriremos que con antelación a la percepción ultimada del mundo por parte de un sujeto inteligible, toma su lugar y se instala como foco de referencia sensible el propio cuerpo, el cuerpo no en su llamado físico o biológico, “no ya como objeto del mundo sino como medio de nuestra comunicación con él” (Merleau-Ponty, 1997:110). La pronunciación de la presencia a través del gesto o de la voz hace visible el espectro, concretan en estilo físico la llegada y el inicio de una experiencia frágil. Este nuevo acertijo de vivir, extraño y al cual deben adecuarse las funciones de la mente y el cuerpo, impone formas cruentas de enfrentar, casi por automatismo, el estilo del insólito paisaje.

¿A qué pues éste ruido que funda silencios? La gramática original se abre paso ente un mundo de significantes,2 inciertos para quien inicia su vida pública, por tanto misteriosos; impugnados por el cuerpo, sin embargo, atractivos para el pensamiento -la percepción y la traducción de lo advertido seguirá estando a cargo del cuerpo, único ser de experiencia que media entre los mundos vividos y la configuración íntima del propio-. Habrán, entonces, de confeccionarse las rutas de acceso a este inédito acertijo.

Existe una metamorfosis orgánica3 que se desplaza hacia la transformación sensorial, que será sensual posteriormente, vehículo de la subjetividad. Las mudanzas no sólo son físicas si recordamos que el cuerpo pasa de una desarrollo contextual líquido hacia otro completamente distinto; la migración, si es permitida la comparación, es a la vez intelectual, debido a la relación activa con los distintos espacios. Lizbeth Sagols basada en el libro De la dignidad del hombre de Pico Mirándola señala que “la naturaleza humana es mudadiza y transformadora de sí misma” (1990:63). Ésta modificación orgánica es un trabajo de sí sobre sí mismo, es un andar interior, un viaje sobre la geografía íntima y sobre los bordes que continuamente se prolongan, sobre el paisaje y las afecciones,4 es la posibilidad de observar la diferencia entre el cuerpo y el mundo, por tanto, observarse a sí mismo; es tomar conciencia del estar en al igual que la extensión figural, movimiento del eros y labor de la askesis, que bien los griegos llamaron epimelia heautou [inquietud de sí mismo], que es la aspectualidad que destinará la mutación del individuo hacia su ser como sujeto.5

Una intención fuente, exigencia de pertenecer, conciencia intencional le llamaría Hursserl, mantiene relación prolongada, además de contingente con lo manifiesto en el entorno. La intuición de participar continuamente en la elaboración del exterior a través de la relación tensiva con éste permite originar los precedentes de la inclusión y pertenencia a una forma de vida. Las figuras del mundo entran en relación y se vuelcan sobre el cuerpo, quien es actor primordial del reconocimiento, las constituciones inmanentes de los objetos son comparadas, rechazadas, se originan en momentos de repulsión aceptación; en este espacio de riesgo el sentir es el embrague que permite el primer reconocimiento y el primer llamado del “estar- ser”,6 lo que obliga a entender un nivel anterior al cognoscitivo, más elemental, un mundo regido por los sentidos.

Existe una residencia primera, mucho antes del cuestionamiento, de la reflexión y del sentido que pueda dársele a esa residencia, sin que ello reduzca la fundación de la elaboración esencial del sujeto, el “ser en el mundo”, según Heidegger precede a la reflexión. Todo proceso de fundación es un proceso de comprensión sensual exteroceptiva e interoceptiva, posible gracias a los signos vitales del cuerpo y la metamorfosis de los mismos, que subrayan un crecimiento tanto orgánico, actitudinal como cardinal en el destino de la recepción. Sin esta configuración sería imposible la categoría de Primeridad que Pierce distingue y que en apartados posteriores desarrollaremos. El sujeto es herencia receptiva, es la reunión de su analepsis metahistórica, misma que lo llevará al escenario complejo de la presencia prosopográfica y etopéyica, con contenido visual y simbólico, para instalarlo como actante de sucesos, lo cual le donará su identidad y lo develará después como actor de una trama, la de su ser como sujeto.

El cuerpo deviene en actante de su concepción, lo que incluye la fecundación y la coconversión de lo interno y externo, para poder ser después de discurso, ya sobre esto Jacques Fontanille (2004), hablaba del actante como “una carne y una forma corporal, sede primordial de los impulsos y de las resistencias que sostienen la acción transformadora de los estados de las cosas”(32). El enfrentamiento a la expresión y al contenido ocurrirá viable por la acción transformadora que devino en sede sensorio motor de la experiencia.

La puesta en relación de dos horizontes, uno transformado por los recuerdos en memoria del acto, región sensible prenatal, poseedora de las referencias de toque, reflejo y orientación del reflejo: la tradición. Otro inmediato a la acción, como campo de presencia cismático, con carácter emergente, entendida en su modalidad indicial como síntesis de las captaciones: el estilo: cualidad para avanzar hacia las versiones desconocidas del presente, alrededor de una escenografía de mundo ilimitado, con carácter de obstancia para quien inicia la indagación. La confección de una red de hábitos perceptivos, sobrepasará indeciblemente todo modelo, se constituirá a través de una lenta y progresiva realización del querer ser, atributo primario de la naturaleza. Las evocaciones pretéticas están dispuestas a aventurarse, al igual que las sensitivas, a residir en la tierra. Se pondrá en relación, según Greimas (1994) “un sujeto cognoscente, como operador, frente a las estructuras elementales como espectáculo del mundo cognoscible” (10).

Gramática del enfrentamiento.
Qué formas del acontecer ha formado, cuáles han sido sus aprendizajes, qué idea del sonido y de las cualidades del sonido ha configurado; y ahora, cuál será su relación con la figura y el color, después de haber traducido a líquido lo que en el exterior se manifestaba. Este organismo habituado a la cadencia del vientre, feto y humano al fin, cuenta dentro de su constitución como ser vivo con una historia celular implicada en su parecer, pero con otra gramaticalmente dispuesta en su accionar. Importante no creer en la gramática como materia de español, sino en su estatura de lenguaje, por tanto, la gramática que refiero es la de la palabra como organización del mundo, y con esto evidencio que el mundo se acecha como Idea, por ende como posibilidad. La palabra como medio gramatical, es un estado más allá de lo que refiere a sus formas, situada en su instancia como esencia del lenguaje, es todo aquello que se representa a los sentidos y que genera, incluso, el phatos, que provee las primeras experiencias estésicas, no volitivas, pero sí emocionalmente vivíficas. El sonido, el clima, el espacio, son, desde el inicio, las primeras formas de la palabra, por tanto, las primeras formas de la gramática del mundo, los significantes.7

El contacto es una apreciación del recuerdo, del recuerdo inmediato no del platónico. Las analogías de lo nuevo (relativo) y lo anecdótico (tradición) de la vivencia pulsan las primeras explicaciones y las primeras demandas. ¿Es este estallido sonoro, el grito, la primera llamada lingüística, la primera articulación de la necesidad, o el acto fónico para advertir la presencia del ser en un contexto que lo ubica como extranjero? ¿Cómo aproximarnos a la atención de este cuestionamiento sin admitir que la interrogante se escapa, primero, de las certezas ordinarias del nacimiento como un hecho biológico, y segundo, como suceso ordinario para la ciencia? Este impacto con el oxígeno, este enfrentamiento provocativo con el ambiente por medio de la respiración que sacude la ansiedad hasta el grito, reflejo común notorio ¿Es la única causa del sonido?

Todo sentido espacial se publica después de haber recorrido los senderos de su formación, todo relieve y frontera, por tanto, emergen gracias al recorte y al límite que se experimenta a través del contacto y reanudaciones del contacto con los significantes. La ruptura y transformación de la distancia entre los “estados de cosas” y los “estados de sujeto”, dona el primer signo geográfico de la presencia, la posibilidad de situar y situarse. Lo expuesto contiene dos momentos: uno inmediato y otro auténtico. El primero estará activo en esta vigilia de que se habló al inicio, y que tendrá como referencia lo que el espacio caótico, a dictamen de los sentidos (sean estos no necesariamente en su totalidad convencionales), convide en los primeros instantes de la experiencia, necesarios para construir el orden, entendido como la ubicación de lo manifiesto, que es posterior al habituarse. Esta multitud de fenómenos ocurrentes alrededor de quien actúa, arrítmicos como aparecen, están ya vigentes y constituyen las originales fuentes del lenguaje, indispensables para establecer las coordinadas del entendimiento, lógico acento de lo que el mundo significará en lo convencional, hablando de la medida lingüística que vuelve las expresiones en signo, si recordamos que el signo “es cualquier objeto o acontecimiento usado como evocación de otro objeto o hecho […] se puede entender al signo como toda acción de referencia” (Elizondo, 2006:25).

Lo auténtico explicará el estilo, la distinción expresiva particular, la primera actitud que comunica los caracteres propios del sujeto del acto en relación con lo demás; es la codificación de la uniformidad pronunciable. Así, la ecuación intuitiva del orden –como reconciliación frecuente con el espacio- sostiene que la síntesis de la historia del caos que se presenta como orden, es fruto del disturbio expresivo. Jesús O. Elizondo describía el término intuición como significante de una cognición no determinada por una cognición previa del mismo objeto, y por lo tanto determinado por al fuera de la conciencia. El grito es huella del estilo, es una sinopsis de conciencias pasadas. Tradición y estilo ofrecen el acento de la diferencia, la identidad.

La posibilidad de instituir su situación global para hacer referencia al estado endémico en el que se desarrolla, para hacerse presente cuando advierte la disposición de su contexto, es su primer arma: el sentido espacial.

Existe una evolución estudiada en el orbe científica, correspondiente a la maduración genética del hombre, misma que lo ha arrojado al presente como consecuencia de sus transgresiones, a la vez, y desde otra foco, como metáfora viva de su tradición, un ser presente con facultades de ostentar una mirada moderna, confeccionada por la consecuencia axiológica de su habitar, por supuesto, refiriéndose, sin flaqueza alguna, a la participación para alterar las herencias del conocimiento en conocimiento vigente; esto, de la misma forma que su constitución biológica muestra en cada época un individuo propio a su posición, la estructura frástica de lo humano presenta en cada época uno propio a las necesidades del entorno, latente a la ruptura como una interpretación de su realidad inmediata y holística, acto que será único manifiesto de su condición histórica: el momento auténtico.

La primera vigilia aquí se constituye como una elípsis ontológica del ser humano, un sumario de facultades intelectivas: predictado por la gramática diacrónica y sincrónica del tiempo, cronolátrica para su entendimiento-. Esto integra el arma primera del pensamiento, el sentido espacial

En consecuencia, el lenguaje con el cual manifestamos nuestras dificultades, necesidades o requisitos, en las formas expresivas que mejor se acomoden a los intereses de la comunicación, es resultante de una ecuación directamente elaborada por los sentidos y traducida a signos: retenidas, convocadas y oferidas como consecuencia del uso del entendimiento, cimera función del pensar. El conflicto entre lo externo como mundo de las cosas y lo interno como disposición de sentir, se resuelve en un advenimiento sensual, requisito indispensable para la comprensión del campo de acontecimientos,8 antes de su traducción a lenguaje ordinario, que será su limitante.

El encierro del lenguaje, el orden convencional del nombrar, si bien es necesario, y resultado de un proceso amplio de desarrollo, se convierte, a la vez, en represión del propio sentido creador del orden, pues acomoda las piezas para la consideración constante de la realidad, con el imperativo de “natural”, de manera que se sostiene una vía comunicativa cómoda, que no genera mayor adversidad que la de aprender a designar lo que se coloca como nuevo en el ámbito contextual, generando satisfacción por lo nombrado. No origina ningún enfrentamiento.

Gramática de la extensión.
Los andenes sígnicos refuerzan su estancia en la memoria y se recuerda o se enlistan nuevos caracteres, sin la menor dificultad que repetirlos para hacerlos suyos, con esto y en sentido figurativo, se proyecta una actividad nominal de los acontecimientos, las referencias que de éstos se hagan, las argumentaciones que se proclamen tendrán siempre validez de acuerdo a los estándares que se marquen como satisfactorios a los regímenes generales desde donde son observados; quiero decir con esto que existe arbitrio del conocimiento y éste vigilará las promociones que se hagan: de forma alguna, esto asegura y otorga certeza al proceso de “reflexión”, pues existe un conexo que me permitirá ir fiscalizando lo que genero como “conocimiento”, de tal forma que no me autoriza “perderme” ni perder validez. Esto implica mover el pensamiento por senderos iluminados, que no lumínicos; por tanto, quedar encerrado en el imperio de los significados.

Además, si la elaboración de supuestos reflexivos, relativos a los sucesos observados, son acosados por “sospechosos”, por su inapropiada sentencia, los regímenes antes mencionados harán su función reguladora y ajustarán, en lo próximo, los casos que no tengan “precisa” ilustración. En ambas posiciones existe un patrón que resuelve los “argumentos”, brindando seguridad hasta para el acto de equivocarse, seguridad que no tiene, en ningún momento, relación con la posibilidad de acentuar el equívoco como motivo para la creación de inferencias, sino para que éste sea modificado de acuerdo con lo conocido.

La protoversión del caos se ubica en la primera vigilia, periodo crucial para liberar la fuerza fértil de los sentidos, experiencia que mantiene alerta las facultades de respuesta, mismas que se expresan como posibilidades del sujeto. Es una experiencia áspera con el reciente universo de acontecimientos. Situación incómoda y poco elegible de revivir, sin embargo, trascendental para iniciar una lectura que implique desanudar las huellas del lenguaje y provocar la creación de instancias lingüísticas para acceder al mundo presente, desde una perspectiva moderna que no reitere la salud del pasado, pero sí recupere lo social como requisito genésico para la creación de nuevos períodos del entendimiento, este orden que se figura de la experiencia del caos y no de la armonía.

La forma en que se representa la muerte, el miedo a ésta, las incontenibles presencias míticas del hecho, son reflejo de la sustancia gramatical del hombre, de su configuración en palabra, que no en palabras. La desaparición del referente físico como pieza orientadora del concepto, involucra derribar la disposición rutinaria de la Idea como todo; por tanto, la modificación de ésta, debido a que se tendrá que edificar el significado en otro estado figural que no es en el que residía, provoca inestabilidad estructural y la modificación del uso lingüístico del otro, suceso que incomoda o inacomoda el aparecer verbal de la acción en un tiempo y un espacio. Fragmento del caos, quizá, pero en el que se tendrá que morar para ubicar, a través del movimiento lingüístico y del pensamiento, una resignificación semiótica de la Idea, o simplemente contentarse con adopciones.

La dramaticidad del sujeto se presenta insistentemente como un signo histórico, configuración que podría considerarse “geovolitiva”. La unión entre estesis y sintaxis conceden lo geovolitivo: el espacio y la intención, que reanuda la relación entre hombre y palabra; en otro sentido, entre hombre y mundo. El mundo internalizado en el hombre advierte su transformación, llevándolo a ser la palabra al interior de la palabra, la inferencia. Esto implica la lectura del mundo y, por tanto, del hombre.

Si el hombre se representa como un ser constituido de y en la palabra, posee semanticidad, de hecho, promueve los significantes y los significados de su actuación respecto de lo demás, incluyendo en esto el tiempo y el espacio. Cuando esta taxis se fractura por los sucesos, provoca que la estructura del pensamiento resuelva la falta o el acopio, provocando lo dicho en el ejemplo de la muerte.

1. “Todo hombre, por limitadas que sean sus dotes, por modestas que sean las condiciones de su vida, siente la necesidad natural de formarse un concepto de la vida, una idea del significado y del objeto de la vida” (Kierkegaard, citado por Luis Guerrero, 2004:28)

2. Haré notar una cita de Greimas, que en su libro Semántica estructural aparece, puesto que ilustra con claridad la intención que el texto que se lee pretende “designaremos con el nombre de significante los elementos o grupos de elementos que hacen posible la parición de la significación en el nivel de la percepción y que son reconocidos, en este momento mismo, como exteriores al hombre” (1987:14-15), que a la vez Luisa Ruíz Moren, en Procesos de perceptivización interpreta diciendo que “los significantes, entonces, pertenecen al universo natural pero dependen del orden sensorial y pueden ser por él clasificados e inmediatamente son susceptibles de ser incorporados en su conjunto opuesto(el mundo humano) cuando pueden ser captados como significados” (1999:17).

3. Luz María Guerrero, en Comunicación y significación: una lectura desde Husserl y Luhmann, destaca que “en la medida en que su capacidad vital en un entorno se encuentre asegurada, los organismos poseen la capacidad de organizar una autoobservación e imaginación de una realidad externa, sirviéndose de un sistema nervioso en el que se desarrolla la conciencia” (2000:67).

4. Cfr. con lo que Hegel, en la fenomenología del espíritu, lugar en el que explica que la diferencia entre lo inorgánico, lo orgánico y lo humano reside precisamente en que el hombre es el único ser que, en sentido estricto, mantiene una relación activa con el exterior y con lo otro (1973:169-180).

5. Vid. Michel Foucault: La hermenéutica del sujeto, para quien la inquietud de sí va a considerarse “como el momento del primer despertar. Se sitúa en el momento en que se abren los ojos, salimos del sueño y tenemos acceso a la primerísima luz” (23), a la vez relacionarlo con el concepto de espiritualidad que él mismo adopta para explicar la inquietud de sí, y del cual dice “la espiritualidad postula que es preciso que el sujeto se modifique, se transforme, se desplace, se convierta, en cierta medida y hasta cierto punto, en distinto de sí mismo para tener derecho a la verdad”( 33).

6. Jacques Fontanille, en semiótica de las pasiones, afirma que “la lengua francesa no hace distinción, como la española, entre los verbos ‘ser’ y ‘estar’”. Por lo tanto él emplea, para el español estar-ser, “con lo cual debe entenderse que el sujeto adquiere su identidad modal a partir de sus estados, es decir de su ‘estar’” (11).

7. Se ha observado que los rasgos , las figuras, los objetos del mundo natural, que constituyen por así decir el ‘significante’, se ven transformados por efecto de la percepción en rasgos, figuras y objetos ¨[de] significado” (Greimas, 1994:13).

8. Las figuras exteroceptivas se interiorizan y […], finalmente, resulta posible considerar la figuratividad como un modo de pensamiento del sujeto (Greimas, 1994:11).