DESCUBRÍ LA POESÍA DESDE NIÑO EN MEDIO DE LA NATURALEZA, ENTRE RÍOS Y MONTAÑAS: RICARDO CUELLAR VALENCIA.

Por Enrique Hidalgo Mellanes

(PRIMERA PARTE)
Ricardo Cuellar Valencia es originario de Colombia. Sociólogo, poeta, editor, investigador, catedrático universitario, crítico literario y periodista cultural. Es autor de siete libros de poesía. Forma parte de varias antologías —de poetas colombianos— editados en Ciudad de México y Santa Fe de Bogotá. Ha escrito ensayos históricos. Ha colaborado en revistas y suplementos culturales de México, Guatemala, Colombia, Chile, Brasil y España. Sus trabajos han sido traducidos al libanés, inglés, francés y alemán. Dirigió la revista de la Universidad Autónoma de Chiapas, Boca de Polen, que mereció mención honorífica en el Tercer Concurso Nacional Armando Orfila Reynal a la edición universitaria 1995.
Ha fundado y dirigido revistas, suplementos culturales y Talleres de Creación Literaria. Ha publicado diversos estudios sobre escritores chiapanecos, escritores y artistas hispanoamericanos y europeos.
Ha participado como ponente en encuentros regionales, nacionales e internacionales sobre historia y literatura. Ha sido catedrático sobre materias de ciencias sociales y literarias en universidades de Colombia, México y España. Desde hace 35 años es profesor universitario, 25 de los cuales los ha dedicado a la Facultad de Humanidades en la Carrera de Lengua y Literatura Hispanoamericana de la UNACH.
En una tarde agosto, mientras se esperaba la lluvia en Tuxtla Gutiérrez, charlamos sobre el corazón de la poesía y de quienes fuimos sus alumnos en la licenciatura en Letras Latinoamericanas, hoy Lengua y Literatura Hispanoamericanas. Fue un diálogo extenso. Esta es la primera parte de dos. Es una breve mirada a las voces que llegan desde el pasado.

El Poeta.

Usted lleva mucho tiempo en contacto con la poesía y los poetas. ¿Sigue la poesía asombrándole, deslumbrándole?
Descubrí la poesía desde niño en medio de la naturaleza, entre ríos y montañas, en las caminatas solitarias y en las soledades del diario vivir. Los asombros fueron y siguen siendo fascinantes.
Frente a mi cama veo cada amanecer las luces siempre diferentes del alba y en las noches la luminosidad nocturna con una inmensa emoción. La naturaleza es mi principal medio de relación con el asombro, no por elección personal, válgame idiotez, es que la tengo frente a mi todos los días y en ciertos momentos, no diario, me posee el asombro. Me asombra, también, la locura humana, la perversidad de unos contra otros. Pese a que la entiendo desde las teorías no deja de producirme un asombro terrible el cinismo, la calumnia, la mentira, la traición, la envidia, todas esas malsanas maneras del ser humano que son eternas y, en el peor de los casos, irremediables. Prima el egoísmo y el interés por los pesos. Me asombra verlos, a veces, actuar como bestias.
Me deslumbra la belleza de una mujer, a quien prefiero hablarle pocas veces para conservar la fascinación inicial; incluso el verdadero asombro ante la belleza femenina nada tiene que ver con la amistad. También el gesto inesperado de un amigo que salta a tu lado sin llamarlo es motivo de gracia; no deja de deslumbrarme la lectura de un buen narrador o un poeta, ciertas películas o la conversación inesperada con una persona desconocida que me cuenta cosas sabias aunque él las deje en la llana anécdota. El asombro tiene sus niveles.
El asombro, la capacidad de asombrarse ante el mundo es asunto de todo tipo de poetas, pintores, músicos, escultores, danzarines, directores de cine… y, obvio, de los seres humanos que aunque estén lejos del arte y la literatura, la vida en un momento dado los cobija con las gracias del asombro; digo, los saca de la rutina y los instala, por instantes, en un espacio y tiempo inesperados que ellos no reconocen como una revelación o una maravilla que les otorga la vida, y pese a ello la viven con un encanto que está por fuera de sus costumbres racionales. Pocos la rechazan. La capacidad de asombro es un principio poético por excelencia. El asombro es una manera de descubrir el mundo, más allá de las categorías platónicas, cartesianas y del positivismo lógico. Es algo inesperado, insólito.
Dicen los poetas que la capacidad de asombro es propia de los niños dado que ellos están lejos de las explicaciones puramente racionales, lógicas. Y aún algo más preciso: que el ser humano que mata el niño que trae por dentro se idiotiza o enloquece, en el peor sentido.

Existen muchas poéticas aludiendo a la vitalidad del poema. Desde su trabajo ¿Qué hace que la poesía viva?
Todo poeta pretende dejar constancia de lo vivido, de las cosas que le ha tocado ver y pensar, padecer y soñar, buscar e inventar. Desde el comienzo la palabra nombró el asombro ante el universo, la naturaleza y el gozo, extraño, de sus pasiones. Mil maneras se han dado. Las poéticas giran en torno al cómo entender y al cómo saber decir las cosas de la mejor manera posible. Desde el comienzo existió la preocupación por conocer la lengua y saber cuando una palabra es la correcta para una estructura rítmica. De ahí la necesidad de conocer la lengua y dominar la gramática.
Mi poesía parte principalmente de las poéticas epicúreas, del Renacimiento, pasando por los hallazgos insondables de los siglos XIX y XX. La vitalidad del poema se conjuga entre lo que sabes contar y el ritmo interior, las voces que surgen y los saberes que te apropias y creas de múltiples formas.
La recepción de la poesía la definen los lectores de cada momento, circunstancia y época. La autenticidad de lo que cuentas y cantas es la clave. Hay poetas que se los traga la simplicidad y a otros, en cambio, los somete la complejidad formal. La vitalidad de un poema está en estrecha relación con las pasiones que toques, con los asuntos propios de los seres humanos, más allá de todo tipo de demagogia o de teorías.
Mi poesía se ha interesado por contar algo esencial de lo vivido como ser humano y siempre he dejado que la fuerza natural de la creación elija las palabras posibles, necesarias, desde la mítico, mágico, surreal y obviamente racional. Si los lectores recuerdan algún poema mío es porque he llegado a su corazón.

Es amigo de muchos poetas ¿Con quienes se siente cerca en la creación poética?
Mis mejores amigos poetas son los que no conozco personalmente, por distintas razones y circunstancias. Hace años pienso en esto. Me pasó de joven cuando descubrí a Baudelaire. Lo sentí muy cerca y cada vez que lo leo percibo que escucho un amigo. Así me pasa con Octavio Paz, Álvaro Mutis, Olga Orozco, Rosario Castellanos y Jaime Sabines, por ejemplo. Poco importa la relación personal, lo que trasciende finalmente es tu relación literaria con ellos. Lo que interesa es saberlos leer y establecer un diálogo vivo, real, poético con esos amigos y amigas. Leer a Pablo Neruda es maravilloso. No me interesan sus limitaciones humanas. Las conozco por cierta perversidad gozosa de enterarme de sus andanzas. Pero cuando lo leo dejo a un lado toda la biografía y me sumerjo en su sabiduría poética, en la manera como establece las relaciones entre lo imaginado y lo posible, entre sus delirios y hallazgos, en sus secretos de cantor, en su capacidad para dar vida al amor, a ciertas pasiones humanas. Y se encuentra uno con la paradoja siguiente: la biografía es necesaria para descifrar ciertos aspectos de este o aquel poema. Así también con Cervantes y Dante, Antonin Artuad, Blake y Horderlin y por supuesto con Rimbaud. No puedo dejar de mencionar a poetas como Carlos Martínez Rivas, Ernesto Mejía Sánchez, Eliseo Diego, Luis Cardoza y Aragón, José Lezama Lima, Roberto Juarroz, René Char, Seamus Heaney, entre otros. Todos ellos son mis mejores amigos. Los frecuento a la menor provocación. Leer los poetas es una manera de acercarnos a nosotros mismos, a las entrañas de la condición humana, dice el pensamiento crítico contemporáneo, desde la filosofía hasta las ciencias humanas.
Hay poetas que lees y relees porque te recrean un universo muy especial. Pienso en García Márquez, poeta en prosa, como Rulfo. De otros aprendes secretos y te apropias de ciertas formas, no fórmulas como del Borges inagotable. La novela moderna y contemporánea en Hispanoamérica es clave. La filosofía crítica desde Nieztsche es fundamental. Yo no sé decirte cuáles viven cerca de mi poesía. Hay un juego de redes de cercanías y lejanías que el lector eficiente sabrá descubrir. Incluso algunos que no menciono podrán estar cerca de mí cuando escribo, sospecho. No sé. La intertextualidad, tu lo sabes Enrique, casi siempre es inconsciente, nace de lo leído y de lo vivido, de lo imaginado.
Mi poesía parte esencialmente de una muy definida poética del cuerpo. Escribo desde el conocimiento de los sentidos del cuerpo. Y creo que es desde allí como es posible encontrar mi forma y sentido de la escritura poética y también en el ensayo.

Como docente de las licenciaturas en letras latinoamericanas, hoy lengua y literatura hispanoamericanas en la UNACH, usted formó varias generaciones de narradores y poetas ¿Qué significa guiar a estudiantes y lecturas hacia el ejercicio profesional de la literatura?
Tú eres uno de mis alumnos egresados, hoy destacados escritores en prosa y verso, como Mario Nandayapa, Gustavo Ruíz Pascasio, Blanca Margarita López Alegría, Uvel Vázquez, Sergio Sthal, Israel González, Lucía Ovando, Yolanda Gómez Fuentes... El trabajo fue colectivo. Buenos maestros han pasado por la licenciatura, como no recordar a Pavón, al Canario, a Luciana, por ejemplo. Y otros que han egresado y son destacados maestros hoy en día en nuestros salones de clase como José Alfredo López Abarca, Luciano Villarreal, Derly Recinos. Más es cierto, que es necesario destacar mi dedicación a talleres, publicaciones en suplementos, organización de diferentes eventos que tu generación vivió y vive, aún hoy, intensamente. Y claro, las nuevas. En los días de tu generación, hablo de los ochenta y noventa, pese a todo tipo de limitaciones, trabajábamos con entusiasmo y plena dedicación. Eran ustedes los que ponían la dinámica.
Conversar con los estudiantes en el salón de clase, en los pasillos o en mi casa siempre ha sido un placer para mí. Poseo una delicia especial por la literatura y la comparto siempre sin ningún egoísmo con mis estudiantes. Les presto todo tipo de libros, a pesar de que algunos no los regresen. Mi biblioteca es pública, lo saben ustedes. Creo que lo que yo siempre he intentado es sembrarles el amor por la literatura, por saber leer los buenos libros y, claro, transmitirles la pasión por la poesía.
Yo no sé si la literatura se enseña. Creo que la literatura es una pasión que se despierta. Esa pasión la vive cada lector que asiste a mis clases. Ser profesor de literatura para mí no se reduce a cobrar un sueldo sino que busco esencialmente compartir mis saberes, mis lecturas desde las ciencias humanas y literarias, mis experiencias como investigador y escritor. Cuántas conversaciones no tuvimos fuera de los salones de clase que nos llevaron a iniciativas, proyectos y trabajos que hoy están realizados o por realizarse. Para mí es satisfactorio verlos a todos ustedes en plena actividad creativa en diferentes campos de la difusión, la creación literaria y la promoción de la cultura. A mí me llena de complacencia leerlos y enterarme de sus desarrollos. Y lo digo con el encanto verdadero de saber que su talento es el que cuenta. Yo he sido un animador, un ferviente entusiasta por indicarles caminos, nada más.
Para mi, Enrique, la literatura es una manera de vivir, no una simple chamba. Es muy digno para mí ser profesor de literatura. No vivo de nadie. Simplemente sirvo a la juventud chiapaneca desde hace 27 años.