Luciano Villarreal Rodas
Parece
que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones:
nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y,
finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la
gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se
quitan sino con la muerte.
Miguel
de Cervantes Saavedra. La gitanilla
(fragmento).
El inicio
Preparar las maletas para mí, nunca ha sido
complicado. Me gusta viajar, entre más lejos de aquí, mejor. Por qué, eso no les importa. Desde ayer tengo listo
mi equipaje y la libreta donde registraré este viaje que ya comenzó. Antes de
volar ya estoy volando. Me imagino pájaro, ave sin nido, sin pájara.
Es hora de
subir las maletas a la cajuela del Optra 2005, esperar a los otros pasajeros
que viajarán conmigo hasta el aeropuerto y luego hasta Guadalajara y luego
hasta Guanajuato. Tres mujeres son mis colegas de vuelo. Se rumora que hay un
bloqueo de la carretera por donde está la Preparatoria número 5. Que el paro
magisterial está activo, que si cooperamos nos dejarán cruzar. En fin. Cierto.
No pudimos avanzar en el auto. Después de dos intentos, decidimos caminar.
Cláxones y gritos de descontento y alegría, depende de cuál lado estés: civil o
magisterial. Anarquía y malas caras. Finalmente jalamos las maletas y giraron sobre
sus ruedas. Sentí como cruzar el corredor y las fronteras de los países
centroamericanos, como si Europa durante la Segunda Guerra Mundial propiciara
el éxodo. Más tarde abordamos un taxi, sudoroso le pedí que se fuera tranquilo,
que el tiempo nos favorecía.
Llegamos
ilesos al aeropuerto. Quizás por mi aspecto los demás viajeros y la policía
militar me confundieron con un tratante de blancas o quizás con un artefacto
coreográfico de una banda de reggae.
Vuelo 2251
Me formo en la fila para documentar mi equipaje: dos
valijas: una mediana y otra menos que mediana. En la primera la ropa exterior e
interior, en la menos mediana accesorios inútiles. A fin de cuentas, se trata
de llevar una mochila colgada en uno de los hombros. No acostumbro llevar armas de fuego ni blancas (la navaja
Victorinox, la dejé recomendada. Bueno, olvidada en buenas manos), mucho menos
explosivos. Los encargados de checar maletas pequeñas me pidieron que pusiera
en una charola todo lo que llevara de metal incluyendo mis pocas amalgamas.
Incluso -¡qué ultraje!- me indicaron que me quitara el cinturón. Por un error de
disciplina olvidé guardar en la valija mediana el bloqueador Caribbean Beach 70
y una botella con enjuague bucal Oral B, color azulcielo.. Como me cobraban
cien pesos (casi lo que cuesta el bloqueador) opté por buscar a quién regalarle
el tubo bloqueador y la botella de enjuague. Localicé a una muchacha de
mantenimiento y limpieza. Le dije que el bloqueador era nuevo, que lo usara,
que era de magnífica calidad. Le comenté que el enjuague ya me lo había
empinado varias veces y que mejor no se arriesgara a alguna infección,
incluyendo la del amor. Que quedaba bajo su propio riesgo si lo hacía. Quizás
para cuando regrese luzca la piel broncínea y el aliento envidiable.
Otra vez a
quitarme el cinturón para poder acceder a la Sala de Espera. Quizás por mi aspecto
me pidieron que hiciera la misma operación: fuera cadena de acero inoxidable,
fuera anillo, y, aunque no lo crean: ¡fuera el cinturón! ¡Dios mío! La botella
de agua ya abierta tampoco permitieron que la pasara, así que bebí un largo
trago, escupí en la boca (de la botella) y la dejé en el mostrador. Ahí se
quedó una parte de mi rabia y de mi saliva. Con mi cámara y mi libreta de
notas, el libro, mi cargador, mi rasuradora, mi perfume, mi cepillo dental (mis
armas) y mi pasta dental, ningún problema.
Me acomodo en
una butaca. Espero la hora de partir. Llegan los demás pasajeros, conocidos,
extraños y excéntricos, como yo, por mi aspecto. Busco mi tarjeta de abordaje.
Sólo decía: Vuelo 2251, mas número de asiento, no. Luego Bloque 4. Pensé
entonces que debería pelear a muerte un asiento, porque viajar de pie hasta
Guadalajara, no. Jamás.
(Mientras
espero, un joven galope de potranca aparece en mis recuerdos. Veo en mi
imaginación la estepa, sus ancas brillosas y su lomo con brío que me acaballa y
me ajineta.)
Un auxiliar,
que no sé cómo se lo llama, levanta un pedazo de cartón que dice Bloque 1,
luego otro: Bloque 2; otro: Bloque 3 y se queda inmóvil. Pensé: creo que ya no
hay lugares disponibles ni para viajar parado. Finalmente Bloque 4. Quienes
llegan comienzan a bajar, quienes viajamos estamos formados en cuatro filas,
según el bloque que nos haya tocado.
-¿Cómo sé
cuál asiento me corresponderá? –pregunto al auxiliar.
-Según vayan
subiendo, escoges tu lugar o el que esté vacío o cualquiera. Si hallas -me
contestó.
En ese
momento me sentí caballo felisberteano o cervantino (menos mal). A los demás
los veía como ganado vacuno, ovino, porcino y mular. Hay que mantener distancia
y guardar la diferencia. Busqué la fila 13, pero con eso de la superstición y
la baja venta de los asientos de la misma, la eliminaron. Está la 12 luego la
14 (espero puedan ver en la fotografía, en close
up este detalle). (Investigué en distintas aerolíneas y jamás ha existido
la fila 13, con lo que me favorece ese número, carajo.)
El piloto nos
da la bienvenida o biencaída, qué sé yo. Primero en Español, luego en Inglés
(la ventaja de ser un caballo bilingüe). Nos pide que atendamos las indicaciones
de las meseras aéreas: cómo usar la mascarilla, el salvavidas, el cinturón de
castidad (el que menos me preocupa), cómo erguir tu cuerpo en caso de
turbulencia y la posición semifetal por si es necesario un aterrizaje de
emergencia (como si no todos los fueran en este país y Centroamérica). Se
despide y calcula que el tiempo estimado de vuelo será de dos horas. Que la
altitud, 1, 750 mnsm, lo que me parece muy bajo, aunque me conviene, puede ser
que mire El Aleph.
Como viajé
casi en la cola del avión fui afortunado. El bar rodante llegó raudo. Tomé la
carta y pedí un Viva Lunes: una cerveza Tecate y una bolsa de Churrumais.
Valor: 35 pesos. Brindé con dos de mis acompañantes, no porque me simpatizaran,
sino porque yo iba en el asiento, de enmedio y no tuve otra opción. La
conversación comenzó y poco a poco se fue haciendo acalorada. El miedo se
disfrazó en lenguaje científico: hablamos de física y de matemáticas, de
semiosis, metafóras y términos aeronáuticos. En fin. Entre trago y trago tomé
varias fotografías al interior del avión (creo que no se mirará que no hay fila
13), del ala izquierda.
-Creo que
sobrevolamos sobre el DF –dije.
-No. No creo
–dijo el pasajero a mi diestra.
-Entonces
quizás sobre Puebla –reconvine.
-Puede ser
–dijo, aunque no muy convencido.
-No, vamos
por Veracruz –afirmó enfático el pasajero de mi izquierda, como si fuera una
autoridad aeronáutica.
Volteé hacia
mi derecha luego hacia mi izquierda y tomé otro trago de cerveza. Guardé mis
instrumentos de vuelo imaginarios y observé que el bar rodante estaba lejos de
mi alcance. Pensé en otro Viva Lunes, así que esperé. Qué lástima, se acabaron
las cervezas color rojo. La mesera aérea improvisó, puso una Lager XX y una
bolsa con 13 papas fritas. Luego agregó semillas exóticas, quizás afrodisiacas.
Pensé: los bares terrestres son mejores, tienen más variedad de bebidas y
botanas, mejor servicio. ¿Cuál es la diferencia entre una mesera terrestre y
una aérea? Bueno, digamos que solamente la altitud. Nada como La vida en rosa cerca del cementerio.
(Vuelvo a
escuchar el galope de la joven potranca en este hipódromo en que se han
convertido mis músculos, mis vértebras, mi dañada memoria.)
El piloto
anuncia que planeará el aterrizaje en el Aeropuerto Guadalajara 2. Abajo el
brillo de un lago, las figuras de casas que se esbozan en mis ojos. El
estruendo del tren de aterrizaje fue la señal de que pronto tocaríamos pista.
-No que ya
había accionado el tren de aterrizaje –le comenté al pasajero de mi diestra.
-Seguramente
no funcionó en el primer intento –comentó como si fuera el jefe de mantenimiento
de la aerolínea.
Los alerones
parpadearon, allá se ve la pista. El Vuelo 2251 cayó como un sapo, no se
deslizó como suelen hacerlo otros aviones. La prisa y el fastidio provocaron
que olvidara mi libreta de notas donde escribí apuntes del anterior Coloquio y
parte de esta travesía. Tal vez la recupere. Si no, me da igual. Lo olvidado,
será ficción.
Guadalajara-León-Guanajuato
Central de Autobuses. Las 7:35. Asiento 3, vía
terrestre. La tarde se marchaba, allá, atrás de la ventanilla del asiento 4. La
pasajero de mi lado derecho llevaba puestos sus audífonos. Supongo que
escuchaba música o de plano no quería conversar. Qué gusto me dio que así
fuera. Me agrada más el monólogo. Mierda.
Por fin
llegamos al hotel Abadía Tradicional. Me instalé en la habitación 24,
lamentablemente con el pasajero de mi izquierda del Vuelo 2251. Agendé comprar
un nuevo bloqueador, una libreta de notas, mas no enjuague, no creo que Ignacia
se fije mucho en mi aliento. El clima estaba bondadoso, fenomenal. Me gusta
Guanajuato. Estoy enamorado de sus calles, de sus túneles; de sus hermosas
momias.
(Lunes y
martes soñé con la misma potranca de mi imaginario. Sangraba de su hocico, su
trote era lento, llevaba el ánimo cabizbajo.)
Las conferencias
magistrales
Resulta que en mi prisa por conseguir una libreta
enfilé hacia la paletería La Michoacana.
-¿De cuál
sabor te sirvo mi vida? –me preguntó la expendedora (aunque aclaro que eso de
“mi vida” es un invento mío).
-Ninguno –le
contesté-. Busco una papelería. Quiero comprar una libreta –le contesté.
Ella
amablemente me indicó con el dedo de señalar por dónde debía caminar hasta
encontrarla. Y la compré, es ésta, la acebrada libreta que les enseño en este
instante.
Comenzaron las
charlas. La novedad me mantuvo en vilo, pero los altibajos no pudieron faltar.
Además eso no era lo importante. Me preocupaba la potranca que trota herida muy
lejos de la pluma con que escribo, lejos de mis espuelas con las que la
acicateo para que repare. Y como si eso fuera poco el frío se intensificó y la
ciudad luce gris, opaca, subterráneamente húmeda, oscura. Yo escribo mientras
el ponente en su retórica cervantina dice que la picaresca o la
metaliterariedad, blablablá. Qué me importa la picaresca. Sí, la potranca de mi
sueño, sí, a rajatabla.
Bar Lobos. 20:33
El pasajero que viajó a mi derecha en el Vuelo 2251, comenta
que celebraremos el cumpleaños de otra pasajera. Ignoro cómo se va desarrollar
ese festejo. Me atrae la idea de encontrarme con Bob Marley, Led Zeppelin,
Elvis, Brian Adams, Sabina, Calamaro. Seguro que mañana me levantaré a escribir
la crónica de ese desvelo.
La verdad no
fue para tanto. La borrachera estuvo muy lejana y la cumpleañera, también.
Otro día cervantino
Hace rato escuché decir al ponente que el Coloquio de los perros es el
planteamiento de cómo debe escribirse una novela. Pensé en la Historia de Blanca, historia que da
vuelta en mi cabeza como un planeta huésped que se avecina tumultuosa.
En Lobos se
escucha cantidad de música que tanto me gusta. No particularizaré porque quiero
terminar esta crónica. Aquí también se platica de política fronteriza, de
próximos coloquios, de encuentros de estudiosos de la literatura en nuestro
territorio. Proyectos para que el arte literario mantenga la esperanza de que
aunque no sirve para nada, sea solamente la utopía donde podamos malabarear la felicidad.
Mientras dos
extraños juegan billar en la única mesa que hay detrás de nosotros (quienes
estamos, por supuesto, los sobrevivientes del Vuelo 2251), apuro un trago más,
pedimos la cuenta, pagamos y enfilamos hacia el Abadía Tradicional, habitación
24. José Alfredo Jiménez aguarda en la esquina con su banda y Guanajuato se
convierte en un concierto, en una fiesta de ayes, risas y bromas.
El alba de otro día
Ha amanecido, es hora de continuar con esta narrativa
de la vida. Quizás una mirada por el Museo Iconográfico valga la pena, quizás
otra mirada al Mercado Municipal. Quiero llenarme los ojos de fetiches que
disminuyan la nostalgia, para que cuando volvamos platiquemos lo aquí están
testimoniando mis ojos y mis pasos; mis palabras.
(Anoche no
pude ni quise evitar que en mi sueño apareciera nuevamente la potranca
sangrante. Quizás quiso entrar a mi sueño y no pudo y en su salto se rasgó su
cuero enamorado. Yo la veía triste, acongojada. Quizás pronto regrese hasta sus
jóvenes cascos (¿pezuñas?, demonio mío) en forma de centauro o Rocinante y su
mal quede curado.)
El Callejón
del Beso esta mañana está sin beso. Así que debo inventar un beso imaginario
(tengo fotografías que respaldan esta certeza).
Los negocios de artesanías abren poco a poco y la ciudad con todas sus
estatuas se despereza. La compra miscelánea, efervescente, llenó mis arcas.
Siento frío de caballo.
El Coloquio
continúa. Hoy La Numancia modela en
este escenario que es el Teatro de Cervantes. Aquí se habla de la felicidad y
la desdicha de papel, las que pueden ser performáticas, pero igual de efímeras
que las de verdad. Quizás parezca un disparate decirlo, aunque según Cervantes,
la honra es tema que debe tratarse con mucha veracidad. Y qué decir del
suicidio como un indicio decadente de que la vida es un miserable sueño (perdón
por esta intromisión calderondelabarqueana). Se habla también acerca de la
libertad y sus fantasmas, del destino: utopías constantes que florecen y se
evanescen en la travesía literaria cervantina. Esa travesía que persigue el
honor, metáfora que corre el riesgo de llevarse al desuso. Parodia y burla La Numancia, así como en la vida de
verdad, la de todos los días aquí allá y exactamente donde tú estás.
Quizás sea
oportuno registrar que la temperatura disminuyó considerablemente. Guantes y
bufanda para mis huesos. Don Quijote y Sancho deben estar pasándola muy mal. El
primero en su metálico Rocinante; el segundo en su broncíneo asno. Mientras
especulo acerca de cómo se sentirán los dos, un tal Cevallos lee un poco de
historia de la dramaturgia universal. Su voz monótona, plana, produce el efecto
Valium 10 entre los asistentes, pero más en mí que no me gusta el teatro.
Quizás me pregunten: ¿entonces para qué coño fuiste a Guanajuato? La respuesta:
qué les importa. A mí me gusta el frío, el bar Lobos y tomar fotografías de las
minas, de la ciudad. Sobra agregar que me gusta sentirme topo y viajar debajo
de los peatones. Por eso vine a Guanajuato.
(En este
momento invoco y evoco a la joven potranca y me pregunto cómo seguirá su
herida. La imagino ya reestablecida, que ya no sangra como ayer, como anoche,
como hoy en la mañana. La imagino vigorosa, erguida, con su trote sensual y
relinchándole al caballo que tiene en su imaginario. Esta tarde (14:13 horas)
me alegro por ella y le envío un galope saludo, un caballar salto de centauro.)
Acotación emergente
El viajero del Vuelo 2251, quien viajó a mi izquierda
quiere decirles lo siguiente:
Tengo un
dulcineo dolor
en la córnea
Panza
de mi
cervantino corazón.
Resulta
que el ponente con su somnífero discurso no alegra a estos personajes que
estamos crucificados a su letárgica voz. Espero don Quijote y Sancho, incluyendo
a la piruja de Dulcinea no se caigan de sus heroicas cabalgaduras, los dos
primeros y, de mi gracia, la segunda.
Es de noche y el frío cala los huesos. Sopla
el viento y su humedad agita mi crin de caballo sin estepa. Los adoquines de
las calles están mojados y las banquetas resbalosas. Un borracho trastabillea y
hace malabares para no perder el equilibrio. En un pedazo de jardín dos
enamorados se trenzan en un frenesí pretextando buen clima. A escasos metros de
su lujuria una mujer joven vende tamales y atole humeante para amainar el frío.
La ciudad está preparando su cama para descansar y emprender otra gélida faena
el día de mañana.
(En mi habitación, sobre el que parece
tocador hay una botella. Me sirvo una copa y comienzo a recordar otra vez el
galope de la joven potranca que quiso escaparse del potrero. Imagino que su
herida ha cicatrizado y que vuelve a sus cascos y a contonear sus ancas, su
jovial alegría. Ah qué hermosura ese galope de la potranca que poco a poco
–para mi tembleque arquitectura- inevitablemente madura.)
Sigue el Coloquio
Esta
mañana 14 de noviembre quisimos visitar varios museos y espacios culturales. No
fue posible. Sólo el Museo de Cera se abrió para nuestros ojos. Llegamos tarde
al Teatro. No alcanzamos boleto de asistencia. Mierda. Además, yo vine a
Guanajuato porque me gusta su clima, sus calles, sus pichones, la sonrisa de la
cajera que me vendió la botella de Buchanans. El día de mi retiro, viajaré
hasta aquí y traeré alpiste para darle de comer a todos los pichones. Me
pasearé por todos los parques y nidos culturales donde habiten. El dinero y el
tiempo no representan ningún problema para mí. Ya tengo un mapa mental y
fotografías donde haré ese futuro recorrido.
Por fin terminó la sesión sin pasaporte.
Lobos me espera. Un par de cervezas son medicinales, sobre todo cada media
hora. Seguro con suficiente combustible volverá a mi memoria ese galope de
potranca que habita mi sueño y mi onírica pradera. Volverá a mi nostalgia
mesoamericana.
Otra acotación
Como
a mí no me gustan los juegos teatrales cervantinos acerca de la noche y la
oscuridad sin nadie, abandonaré el teatro. (Estoy maravillado por la rapidez
con que se recuperó el galope herido de mi cada vez más veloz y soñada
potranca. Vítores y juegos pirotécnicos hasta su corazón desde esta ciudad que
ya está para ella por doquier fotografiada.)
Otra sesión, otro día
Abajo
(pues estoy en la parte superior del Teatro) el ponente dice que Cervantes no
era tan calmo, sino que expresaba violencia en sus obras teatrales. Además –acota, era soberbio y pensaba que todos
quienes lo rodeaban eran idiotas. Vaya
Cervantes éste. Y La Numancia, dijo
la experta ponente, trata de una guerra violenta.
(Como si fuera un ejercicio eucarístico
pienso en la potranca y le dejo mi galope de centauro en este paréntesis.)
Huerta Calvo enfatizó en las máscaras de
Cervantes. Que en su obra entremesil la mujer es criticada y vilipendiada de
una forma irónica. Él no cree en el concepto de conferencia magistral, le apuesta al desparpajo, a la puesta en
escena de las malcasadas; al performance de busconas. Esas busconas que están a
un paso de ser pirujas –dice- y yo estoy de acuerdo con él. Con la salvedad de
que yo conozco putas sin haber cursado propedéutico. La mujer feísta es un
personaje protagónico en los entremeses –sentencia.
Es hora de pensar en el regreso, de caminar
una vez más estas calles, estas banquetas mínimas que no fueron diseñadas para
personas de cadera ancha y movimientos voluptuosos.
Tarde del jueves. La deserción ha aumentado,
las conferencias tienden a empezar más tarde y a concluir antes. Escucho voces
que planean volver al punto de partida. Algunos hacia el norte, hacia donde
–supongo- vino el frente frío y la brizna el día de ayer, la que quizás no le
quita la resaca al borracho de anoche; otros hacia el sur, en busca de un puerto prometido.
Viernes. Último día, 15 de noviembre de 2013
(Anoche
en el potrero de las pasiones cabalgó una potranca casi yegua, poco arisca. Sus
reparos y relinchidos indicaban su desasosiego caballar. El soñador trató de
domarla con su fuete, pero resulta que el jinete fue doblegado. Ella puso sus
ancas en el tórax del inexperto jinete y fue poseído. El jinete se siente muy
contento, más caballocentauro que el domingo.)
Esta mañana Esquerra platicó acerca de las
atribuciones de Cervantes. Que a través del tiempo por decantación se le
atribuyeron a él obras que no escribió, la cervantomanía cegó la posibilidad de
evidenciar el plagio. Tanto así, que todo lo escrito de manera anónima se le
atribuía a él. En esta operación aritmética, Cervantes más que restar, suma a
su prestigio el tino de su pluma.
Esquerra no abundó en el léxico de Cervantes,
su pudor lexical sólo le permitió decir culo, habiendo tantos giros expresivos
más. En fin. Sólo dijo que Cervantes comenzó a publicar en su vejez tardía.
Acotación
He
pensado que deben poner un barandal metálico a la escalera para subir al
Teatro. Estoy seguro que el año entrante presumiré menos equilibrio (ver
fotografía de la escalera cerca de las piedras). Seré como los personajes de
Bioy Casares o García Márquez o quizás como el pescador terco del que habla
Heminway.
Otra ponencia más
La
americana habló del humor en la poesía de Cervantes. En el inicio su español no
fue tan fluido, más bien se escuchó “machucado”, pero más adelante constaté que
habló mejor que muchos que presumen ser lingüistas o autoridades de la Real
Academia Española. Aseveró que la poesía
es la provincia menos explorada en la obra de Cervantes. De pronto me distraje
y no sé por qué escribí: la vida no es
más que un artefacto ceremonial, de oropel que termina sin haber realmente
comenzado. Que se le atribuya este desliz también a Cervantes. Disculpen el
disparate.
Es el turno de Blasco. Insiste en que
Cervantes se oculta detrás de muchas máscaras desde la del prologuista hasta
las de los personajes. Según que por discreción y protección debido a la
crítica social que hace de la época. Su autobiografismo disperso, el chismorreo
relacionado con textos plagiados es la comidilla en corrillos. Y pensar que el
plagio es una enfermedad, una especie de peste desde el Siglo de Oro, entonces
no debe haber preocupación por eso de la mímesis.
Más tarde aludió a un tal Mateo Vázquez quien
se inventó una biografía y su propia realidad. Blasco contó también la
siguiente anécdota, trata de un anarquista que asesina a otra persona quien
mira libros en un escaparate. Ignoro si era su enemigo o se cruzó en su camino,
como el personaje de Pacheco que se le atravesó a la bala. Es aprendido. Al
tomarle su confesión le preguntan:
-¿Cómo se declara usted?
-Satisfecho –contesta y es encarcelado o
asesinado, yo no estuve en ese desenlace.
Dijo también que Mateo Vázquez y Cervantes tuvieron
una relación afable. Tanto así, que el segundo incluye al primero como
personaje en una de sus obras. Hasta un poema le escribió, asunto sospechoso
que me tiene sin cuidado. (Paréntesis. Varios semiotistas silvestres hemos
pensado escribir un ensayo acerca de la posible homosexualidad de don Quijote,
por eso de que en algunas estatuillas aparece tomado de la mano con Sancho,
territorio menos explorado todavía que el humor en la poesía de Cervantes.
Seguiremos explorando. Fin del paréntesis.)
Museo de las Momias
Cuesta
arriba el taxi daba tumbos por las calles pedregosas. El morbo necrófilo se
acentuó en los visitantes. Yo miré a las momias de soslayo, no por mi timidez,
sino porque ya las he (mal) tratado antes. Miré la vítrea tumba de Ignacia,
observé su piel deshidratada, reseca, su pubis petrificado (hay testimonio
fotográfico de esta parte anatómica), sus escasos vellos entre las ingles. No
más recuerdos, sólo una fotografía más en esta tumba colectiva.
Despedida del Coloquio
El
espíritu cervantino me despide con vigencia de más de cuatro siglos. Es cierto
que quiero regresar a casa, porque solamente así sentiré el desasosiego por
volver a sus calles subterráneas, a vivir la experiencia una vez más como una
rata que roe la cultura que cada día se renueva.
El maestro de ceremonia primero lee
fragmentos de un poema de Pessoa y luego anuncia que sólo hay cien butacas
disponibles para escuchar a la Orquesta Sinfónica de la Universidad de
Guanajuato. Luego presenta a Teodosio Rodríguez, él disertará sobre Cervantes y
la literatura hispanoamericana. Atenderé sus opiniones. No. Explica que su
intervención es un añadido pero que tratará de incluir a Hispanoamérica. Aclara
que no es buen lector en voz alta, pero sí un conversador de cantina. Y si él
como docto en Cervantes arguye limitantes, qué de malo tiene que yo escriba
como un Tapir Principal.
Teodosio (qué enredo debe ser llamarse así)
alude que hay poetas que con base en sonetazos de música engañosa ganan fama y
se evanescen, porque la frivolidad y la parafernalia son inútiles, no acercan a
la inmortalidad, aunque a veces ser dios por un instante otorga cierta ventaja:
una sesión de fotografías en la pasarela literaria –acota.
Lo importante del Coloquio es que no se
diseñó para siempre de manera continua. Se planeará otro dentro de no sé
cuántos meses por eso de un aniversario más de haber nacido Don Quijote o Cervantes, es lo mismo. Y
así es la vida: efímera. Que las momias no se sindicalicen ni hagan paros ni
coloquen retenes en el cielo. Aquí estaré la próxima vez merodeando las
esquinas y licorerías, traeré mi gabardina y guantes negros, no vaya a resultar
que los del norte envíen frentes fríos otra vez a los que estamos de paso en el bajío.
Habitación 24
El
asunto del olvido no es matemático ni
geométrico. No es para competir y saber quién olvida mejor o quién primero.
Simplemente llega y nada de lágrimas,
medallas o diplomas. Hay un pretexto entonces para el día de mañana: volver
para que la memoria no desfallezca y reclame su fuero.
Anexo 1. Dolores Hidalgo
Cuarentaisiete
kilómetros de curvas y valles; nopaleras. En ocasiones una cabaña en
lontananza; otras, un pueblo en ciernes donde humea una vela en algún
cementerio escribiendo epitafios con su vaho. En el camino pasajeros se bajan y
son reemplazados, es como si estuvieran turnándose el destino, como si se relevaran
y buscaran otro horizonte; un paraíso perdido.
(En el establo urbano y transitorio que es mi
sueñovigilia una potranca duerme su desvelo de anoche porque vino por enésima
vez hasta mi almohada. Descansa del dolor que una herida le hiciera sangrar
durante una semana. Este jinete que soy guarda su fuete, para que cuando se
cerciore que ya está curada, la monte y emprenda lúbrico galope.)
Vine a Dolores
Hidalgo porque tengo una plática pendiente con mi padrino José Alfredo. Hace
mucho tiempo que no platicamos y quiero saber cuántas canciones ha compuesto en
sus andanzas por caminos inhóspitos de Guanajuato. Una fotografía para el
recuerdo y un trago de tequila junto a su veladora. A eso vine a Dolores
Hidalgo, a ponerme su sombrero.
El taxista que me lleva de vuelta cuenta un anécdota de un tal don Marcial, un
cantinero. Que cuando llegaba mi padrino pedía un trago de tequila, pero le
servía mezcal. Entonces José Alfredo le reclamaba que no había pedido mezcal y
terminaba en forma lapidaria: “yo no te pedí esto, pero me lo chingo, por buey”. Y así durante mucho
tiempo. El otro pasajero también se entusiasmó y contó otra anécdota, que
cuando se iba de parranda en una ocasión le dejó una carta a Paloma, el amor de
su vida, la madre de sus hijos. Bueno, uno de tantos, y que al terminar ésta a
manera de posdata decía, fiel a su costumbre, en forma lapidaria: “Tuyo hasta
cuando tú quieras”. Ése era (es) mi padrino José Alfredo.
Anexo 2. San Miguel de Allende
La
catedral en el Centro Histórico es imponente. La escuela o corriente
arquitectónica a la que corresponda, me tiene sin cuidado. Me dijeron que
existe en ese pueblo una casa-museo en homenaje a Cantinflas, falso. Tiene dos
o más casas. Pero se trata de hoteles de paso que tienen menos fotografías que
las que hay en el baño de la mía. Que también en san Miguel cocinan exquisita
barbacoa. El chofer del taxi me dejó frente a uno de esos negocios. Otra
falsedad, no pude constatarlo porque se había terminado. Que san Miguel tiene
una terminal de autobuses desde donde los autobuses emprenden rauda marcha cada
15 minutos hasta Guanajuato, otra falsedad, cierto a medias, porque el de las
12:50 había partido y el reloj indicaba las 13:00 horas. Así que de nuevo a
subirme a otro taxi. El conductor comentó que Atotonilco y Dolores fueron
declarados pueblos mágicos por la UNESCO. San Miguel ya no, perdió ese fuero,
pero sí Patrimonio de la nación, perdió lo mágico –le digo- y sonríe.
Anexo 3. Guanajuato otra vez
La
Central Camionera es ahora el punto de partida. Las ranas permanecerán
enterradas un año o más, son resistentes. Cuando vuelva será un espectáculo
maravilloso verlas saltar, croar y fornicar para perpetuar la especie, el
Coloquio Cervantino.
Andén número 13. Un perro joven está echado,
a su lado dos muchachas y una jaula. Una de ellas comenta que no pagan impuesto
por trasladarlo, que es un perro viajero. Que sólo les piden que lo metan en
una jaula. Ahora ya sé cómo viajar para el próximo Coloquio. Sólo me falta
buscar una dueña, pretexto para subirme a un autobús ETN.
Acotación
Dos
muchachas japonesas observan mi valija donde está la figura de La catrina. Yo me pregunto: ¿cómo amarán
las japonesas? ¿Cómo llorarán las japonesas cuando son abandonadas? Horizontal
misterio, amarillo enigma para los estudiosos del amor (no hay evidencia
fotográfica).
Anexo 4. México DF. Noche
Ahora
a pensar y trasladarme como comadreja urbana. A recorrer las cloacas llenas de
basura y mierda, a tratar de llegar al Cerro de la Estrella, espacio donde los
cristos falsos son crucificados durante la cuaresma. Quizás mi madre en este
momento esté vaciando todas las botellas.
Por momentos las comadrejas se me figuran
seres humanos que hablan un lenguaje silencioso, extraviado, como si buscaran
el infinito en la inmovilidad de sus miradas. Caminan y parecen que no tocan el
asfalto. Las luces de los autos no hacen mella al letargo que arrastran por las
calles. Es hora de dormir que estoy llegando a la pista de despegue.
Anexo 5. Cuemanco-Xochimilco. Las trajineras
Los
viveros exhiben plantas de Nochebuena color blanco, rosa, rojo y pálido (matiz
inventado por mis ojos). Más allá el lago, las trajineras, los lirios acuáticos
que me recordaron La historia de Blanca,
mujer famosa en mi memoria de adolescente.
Xochimilco se quedó atrapado en la
prehispanicidad, en la nostalgia indígena y rural de flores silvestres y
enclenques caballos que hoy pasean a turistas nacionales. Me miro centauro en
ellos y piensorelincho por la potranca que espera en la estepa lejana.
Anexo 6. Aeropuerto Internacional Benito Juárez. Sala
B. Vuelo 2607
¿De
dónde vienen los aviones con su fastidio aéreo? ¿Acaso vuelan para que ojos sin
pájaro vengan a verlos despegar y aterrizar desde un balcón improvisado? ¿Acaso
no es la idea, falsa idea, de fuga, de
despedida que se fragua en cada vuelo? Los que se van (nos vamos) quién sabe de
qué o quién huyen (huimos); los que llegan (llegamos) fingen (fingimos) buscar
un pañuelo que lo agite una mano conocida, un horizonte poco conocido. Y yo
¿por qué vuelo? Resulta que una potranca onírica quiere estrenar un fuete que
compré en León, Guanajuato.
Anexo 7. Fotografías, boletos de asistencia a las
conferencias, museos y de viaje. Evidencia gráfica, como en los crímenes
pasionales
Coda
Aquí
debe estar una fotografía donde aparezco al lado de una azafata llamada
Gabriela, la del Vuelo 213. Aclaro que no tengo nada que ver con ella, aunque
me hubiera dado mucho gusto vivir una acrobacia aérea ya bien por Veracruz o
Puebla. En este espacio, a la altitud de 5, 000 msnm me despido totalmente y
concluyo: los viajes y los vuelos ya no son como antes.
Escrito en diversas partes del país. Espacio
aéreo y terrestre son testigos, noviembre de 2013.